Todavía no llegué a la página 139 del libro que estoy leyendo, pero consultada por Werte me adelanté hasta allí. El libro me lo regaló Ariel hace un par de semanas y lo compramos juntos en Plaza Italia. Recién comencé a leerlo en serio ayer y lo que me sorprende al ir a buscar esa página es que está marcada: viene con la punta doblada, como hago yo cuando no quiero escribir un libro (en general, porque es prestado) o cuando no tengo algo a mano que pueda oficiar de señalador.
"Y aún peor. Hasta entonces, nadie había confirmado ni desmentido lo que Louise llamaba mis 'elucubraciones': África era vasta, lejana, poco poblada, faltaban las informaciones, nadie podía probar que no estuviesen allí mis exploradores, que no disparasen contra los pigmeos justo en el momento en que yo contaba su combate. No llegaba a tomarme por un historiógrafo, pero me habían hablado tanto de la realidad de las obras novelescas que pensaba decir la verdad a través de mis fábulas, de una manera que aún se me escapaba pero que saltaría a la vista de mis futuros lectores. Ahora bien, en ese desdichado mes de octubre asistí, impotente, al choque de la ficción y la realidad: el Kaiser nacido de mi pluma, vencido, ordenaba el alto del fuego; entonces, en buena lógica, el otoño tenía que ver la vuelta de la paz; pero los periódicos y los adultos repetían precisamente todo el día que nos instalábamos en la guerra y que iba a durar. Yo me sentí confundido; era un impostor, contaba una chilindrinadas que nadie querría creer; en una palabra, descubrí la imaginación. Me releí por primera vez en la vida. Avergonzado. ¿Era yo quien se había complacido con esos fantasmas pueriles? Poco faltó para que renunciase a la literatura. Al final, me llevé el cuaderno a la playa y lo enterré en la arena. Se me pasó el malestar; volví a tomar confianza: no había duda de que estaba predestinado: lo que ocurría era, sencillamente que las Bellas Letras tenían un secreto, que algún día me revelarían. Entre tanto, la edad me aconsejaba tener una reserva extrema. No volví a escribir."
Las palabras, Jean-Paul Sartre.
¿Qué leen Ariel, la cronista sentimental y Jose?
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