31 mayo 2007

¡Ay qué boludo que soy, cómo dormí! (Oleup IV)

En cuanto el sol me despertó, no pude seguir durmiendo. Era casi el mediodía. Me levanté.
Cinco minutos después, mientras pensaba sobre el inodoro, vi venir a mi carcelero. Abrió una reja, corrió un pasador, operó un par de cerrojos y, no sin antes mirar por el vidrio para cerciorarse de que yo estuviera lejos, abrió la puerta del calabozo y entró. Miró con aire de dominio, constató que yo siguiera en la misma posición (cómo me iba a mover) y al instante apartó la vista. Cerró veloz la puerta. Caminó hacia la mesa y, con decisión, apiló unos platos sucios y ordenó libros y papeles. Después, estiró un poco la cama. Ya casi se estaba yendo cuando me apuré a hablarle:
–Disculpe.
–¿Querés papel?
–¿Eh? ¡Ah! No... –me turbé un poco antes de largarme a hablar–. No, quiero hablar con usted.
–¿Y?
–Si podría darse vuelta un rato para que yo me limpie a discreción. No voy a hacer ninguna locura.
–Bueno.
Terminé de arreglarme mientras esbozaba un plan de diálogo. Era la primera vez que le hacía un reclamo a ese tipo. Lo miré de soslayo. Era joven y de suaves facciones. Empecé entonces –cortés, negociador– por recordar lo que me había dicho la Corporación Sur.
–A mí me dijeron...
–¿Quién te dijo?– me preguntó con un apuro que no era altanero.
–El anterior... carcelero.
–¿Tu anterior carcelero? –moduló ya con desconcierto.
–No importa quién –aproveché lo que creí una flaqueza–. Ahora ya no importa. Yo me tengo que ir y quiero saber cuál es el procedimiento.
El tipo me miró, apartó su vista, pensó. Finalmente, resignado, aunque no sin algo de curiosidad, me hizo la única pregunta que pudo emitir:
–¿Estás en pedo o sos boludo de verdad?

Fue duro el contraataque. La pregunta no me daba opción, no al menos una que fuera cierta y digna al mismo tiempo. Induje a lo loco, un par de versos, y cuando el desánimo me hizo sospechar que tal vez ya no pudiera responder nunca más con veraz dignidad, cuando estuve a punto de responder “no sé, decime vos”, él se dio media vuelta y se fue. Las puertas las dejó abiertas.

New Zealand All Star


30 mayo 2007

El perseguido absoluto (por absolutos perversos)

Mi nombre es Roberto Gómez. Viví momento aciagos y conozco la necesidad. Por eso ahora estoy acá. No quiero, sin embargo, plantear mi colaboración con Los Perros como un acto de pura generosidad: para mí también fue un alivio que se me aceptase.
Acabo de salir de una larga internación psiquiátrica en el Instituto de Retroinserción Laboral Elpidio Olivera. Antes fui agente de la Federal, mi primer y último trabajo. (A mis 40 ya soy un pensionado. Nada mal, y disculpen el cinismo.) Terminé, literalmente, loco por el fútbol: para tareas de oficina, sabía escribir mi nombre, y como tampoco descollaba en arma, gas y cachiporra, terminé especializándome en refuerzo para espectáculos deportivos. Tenía que estar parado y, eventualmente, rosquear alguna, apretar un poco... Mejor no sigo.
En mi reclusión terapéutica, lo que más me acompañó fueron los estudios gramaticales (había empezado con matemáticas, pero los médicos, al ver mi obsesión con límites e integradas, me las desaconsejaron). Una vez, en un libro sobre léxico, leí en una nota a pie que un tal Althusser decía lo siguiente: cuando se usa la palabra “evidente” o “evidentemente”, lo que habla es la ideología en acción, la runfla en movimiento. Yo recordé mi historia y le creí. Hoy, ya en libertad, leo el Clarín del sábado. Me entero de que Telerman, el perseguido del título, en un acto organizado por la Juventud Radicalla Juventud-Radical!) fue más allá. Dijo: “Es absolutamente evidente...”. Y ya está. Un comienzo como ese, y todo lo que viene después es mentira; ya porque el que habla no cree en lo que dirá a continuación, ya porque no cree que sea absolutamente evidente (ni lo que dirá después ni nada confesable en campaña), ya porque más allá de hacer referencia a algo evidente, su discurso no es referencial sino representacional. Lo mismo pasa con el color negro de su atuendo de campaña. La frase completa: “Es absolutamente evidente que estoy siendo objeto de una persecución absolutamente perversa”. ¿Serán los abusos del absolutismo o la publicidad subliminal de la consabida marca de vodka? Por su parte, en una mesita debajo del atril del orador, Jesús Rodríguez se clavaba una copita de tinto.
Apenas empecé con la gramatoterapia, también me gustó el tema de esas palabras que funcionan como intensificadores. Son las palabras del júbilo y la convicción y el desborde. Tanto me gustó que decir “gustar” es poco. También son las palabras de la ironía y el timo. En este sentido, las palabras de valor opuesto, los mitigadores, no se quedan atrás, porque sugieren lo omitido. Y cuando se usan ambos matizadores... bueno, eso ya es la ideología total (total qué importa). Vayan a ver si no el título de la página 8 de ese mismo ejemplar, donde Eduardo van der Kooy daba cuenta del acto de Kirchner junto con su atribuida fórmula sucesoria: “La candidatura de Cristina se afianza tanto que casi no tiene retroceso”. Recorté el titular y lo pegué en la heladera.

29 mayo 2007

Autosecuestro (Oleup III)

Seguir vivo es lo más opresivo del encierro. Al menos para mí. Hace añares que sabía que esto estaba podrido, precisamente, desde que Cavallo asumió como ministro de la Alianza. En ese momento decidí ser un profeta o, sin exagerar, un comentarista del apocalipsis. Pensaba: “Es evidente que el mal ya está hecho, se aproxima el derrumbe y lo que resta es ir descubriendo las nuevas grietas del muro”. Mientras, el tiempo pasaba como si no importase. Así, de la sublimación de la esperanza, de la pérdida de la voluntad, emanaba mi íntima disposición a la vida. Con el resultado puesto todo el mundo opina, claro, pero hoy me daña saber que a quien espera la catástrofe, todo presente se le hace poco y ajeno. Y sin embargo, toda pena tiene su atenuante: Carrió empezó primero.
Yo, por mi parte, cuando llegué a la comarca estaba convencido –hoy lo sé– de que por la descontrolada expansión de Neuquén, por la compraventa de tierras en gran escala, por el desmonte a mansalva, era imposible que, en algún lugar de la zona, la presión inmobiliaria no estuviera arrastrando a alguien hacia el engaño, el homicidio, la traición. “¡Qué mejor que encontrarlo en un pueblo chico!” ¿Para qué quería encontrarlo? Si lo supiera, no estaría acá encerrado, y podría ser peor.
Por el momento no me quejo: no me falta nada. Ni comida, ni alcohol, ni algún librito, ni alguna ocasional conexión a internet (eso sí: fugaz y vigilada). Incluso tuve que convencerlos para que se lleven el televisor, y no sin bastante esfuerzo: sienten algo parecido a la culpa cuando ven a un prisionero sin tele. “La Corporación Sur persigue la integración, no eliminarlo como individuo. El televisor era para que se entretuviera, para que se le pasaran más rápido sus últimos días acá. No importa, ya casi es el día.”

17 mayo 2007

Reflexiones microcéntricas

Dijo Tweety:
Lo malo de trabajar en el microcentro es que cuando salís del after office seguro pasás en pedo por el lugar al que vas a tener que volver en un par de horas.

11 mayo 2007

En camino a Oleup (Oleup II)

Durante años –durante los años de mi auténtica juventud, cuando yo también prometía– me fui de viaje al sur. Y este año volví al sur, huyendo de este hueco que –sabía– habría de encontrar también allí. Será por eso, por toda la distancia que ha quedado en medio (la misma que media entre las promesas y su cumplimiento o cancelación), que me fui convenciendo de que aquello que me sostiene es lo mismo que se me resiste.
Venía agobiado por un ritmo, en la ciudad y en mí, marcado por la propaganda, las conversaciones escuchadas y los destellos de mi propia conciencia diciendo: “Más rápido. No vas a llegar”. Y había, en expansión, también una rima encadenada que empezaba en dinero y sueldo y terminaba en huero y huevo (suero tal vez).
Mi plan de viaje era lógico y cabal aunque, basado en mi connatural interpretación paranoica, ni siquiera se lo comenté a Malala. De haberlo hecho, de haber reconocido mi propia peligrosidad, no estaría ahora en esta situación, contando para nadie la causa de este encierro. Ahora, miro mi barba en el espejo. Ya es tupida, y entre los pelos negros, veo los rojizos y las canas, y recién en esta luna vislumbro quien pude haber sido y quien seré.

10 mayo 2007

Reflexiones microcéntricas

Cuando Buenos Aires me espanta +


A mí me parece que los autos deberían venir con un dispositivo que, si se toca la bocina más de... no sé... 4 segundos en menos de... no sé... ponele que dos horas, hiciera que el vehículo, su conductor y su maldita impaciencia vuelen por el aire.