29 mayo 2007

Autosecuestro (Oleup III)

Seguir vivo es lo más opresivo del encierro. Al menos para mí. Hace añares que sabía que esto estaba podrido, precisamente, desde que Cavallo asumió como ministro de la Alianza. En ese momento decidí ser un profeta o, sin exagerar, un comentarista del apocalipsis. Pensaba: “Es evidente que el mal ya está hecho, se aproxima el derrumbe y lo que resta es ir descubriendo las nuevas grietas del muro”. Mientras, el tiempo pasaba como si no importase. Así, de la sublimación de la esperanza, de la pérdida de la voluntad, emanaba mi íntima disposición a la vida. Con el resultado puesto todo el mundo opina, claro, pero hoy me daña saber que a quien espera la catástrofe, todo presente se le hace poco y ajeno. Y sin embargo, toda pena tiene su atenuante: Carrió empezó primero.
Yo, por mi parte, cuando llegué a la comarca estaba convencido –hoy lo sé– de que por la descontrolada expansión de Neuquén, por la compraventa de tierras en gran escala, por el desmonte a mansalva, era imposible que, en algún lugar de la zona, la presión inmobiliaria no estuviera arrastrando a alguien hacia el engaño, el homicidio, la traición. “¡Qué mejor que encontrarlo en un pueblo chico!” ¿Para qué quería encontrarlo? Si lo supiera, no estaría acá encerrado, y podría ser peor.
Por el momento no me quejo: no me falta nada. Ni comida, ni alcohol, ni algún librito, ni alguna ocasional conexión a internet (eso sí: fugaz y vigilada). Incluso tuve que convencerlos para que se lleven el televisor, y no sin bastante esfuerzo: sienten algo parecido a la culpa cuando ven a un prisionero sin tele. “La Corporación Sur persigue la integración, no eliminarlo como individuo. El televisor era para que se entretuviera, para que se le pasaran más rápido sus últimos días acá. No importa, ya casi es el día.”

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