A veces veo mi mente como un frasco con caramelos media hora, bolitas de vidrio y esféricos bombones con licor. Otras, la pienso como un rígido damero español con miríadas de frases surcando sus calles. Las más, la siento en capas: las capas del placer, del humor, del encanto y de la curiosidad. Y, a un lado u otro del espejo (del misterio), las emparejadas capas de la duda, del deber, del miedo y del dolor.
O algo así.
Las capas –si es que existen– existen porque pueden superponerse, e incluso entremezclarse. Y tengo para mí que en la variedad no sólo está el gusto sino también el sentido.
Hace unos días, saqué una foto de alguien durmiendo en el colectivo, pensando mandársela a Jose para su Estamos dormidos. Eran las tres de la mañana y si no hubiera estado acompañado no habría sacado la foto. (“Somos valientes cuando vamos de a muchos.”) Días después volví a verla y algo de la estructura de capas resurgió como una sábana que cae después de ser estirada. Me encontré con la del fondo, que siempre es consciente de algo. Me encontré con
la que no mira por deber (diabólica).
A su lado, la trémula:
(Así se las ve juntas:)
Y así en el reflejo:
Y esta es la toma general. Después de recalar en los detalles, me recagué de risa. (Me divierto con poco últimamente.)
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