-¡Hola, ma! ¿Cómo estás?
-Muy bien, Ari, muy bien. Todas buenas noticias.
-¡Epa!
La verdad, da gusto ponerse a hablar así con una madre. Qué sé yo, es como si te quitara esa responsabilidad filial que comienza a ganarlo a uno cuando uno supera los 30 (y ni qué hablar los 35), y nuestra madre, los 60.
-¿Ah, sí? Me alegro mucho, ma. ¿Qué pasó?
Luego de varios minutos de pormenorizado detalle de resoluciones felices de problemas preexistentes, por decirlo de algún modo, llegó la noticia que hace rato esperaba, esperábamos.
-Me salió la jubilación. Desde octubre.
-¡Qué bueno! ¿Viste que iba a llegar? Pero ¿desde octubre te empiezan a pagar? -pregunté con la extrañeza de quien espera que los mejores actos de gobierno se concreten antes de las elecciones.
-No, desde octubre del año pasado es que me corre la jubilación, el retroactivo. Ya aparece en internet que voy a cobrar más de como seis mil pesos.
-¡Excelente!
-Serán unos 750 pesos por mes.
-Pero entonces... a ver... más o menos empezarás a cobrar en junio.
-Sí, sí, para votar a Cristina.
-No sólo por eso, madre.
(Le digo "madre" para señalar reconvención.)
-No, Ari... ya sé, ya estuve pensando...
-Me alegra, ma, me alegra tanto.
Madre no iba a votar K: en casa materna aún se lee Crítica. Pero ya no importa: madre votará a Heller. Lo hará, ya jubilada, luego de treinta años de aportes que podrían haberse ido a la mismísima mierda de no haber sido por estos dos últimos gobiernos. Madre se estaba olvidando de cómo estaba en 2001. Pero un poco de allá y otro poquito de acá, y listo. Un votito más (dos, contando el de mi hermana). Creo que pasaron 36 años desde que mi vieja emitió su último voto peronista. Ahora falta abuela y tía, pero eso es más jodido: aunque las adore, son más gorilas que King Kong. (Mi tía, de todos modos, dejó de comprar Crítica y ya hemos consensuado que el kirchnerismo es la menos peor de todas las opciones. Por algo se empieza.)
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