26 febrero 2007

Todo tiene que ver con todo

Es premisa hegemónica que los hechos representados por los medios masivos aparezcan fragmentados: un muerto por acá, un piquete por allá, una resolución conjunta de Economía y Trabajo por acullá. Y, tal vez, lo más probable diría, esos hechos no responden a lógicas ajenas entre sí, sino que, por el contrario, están hilvanados por una difuminada lógica que los une y los explicaría si ésta fuera explicitada o al menos insinuada por los medios. Pero no.
Hace unos días me enteraba que, grosso modo, unas setecientas personas fueron asesinadas por la policía en lo que va de la presidencia Kirchner (2100 son las víctimas desde 1983). Entonces ahora me pregunto: ¿cuánto (y qué parte) de ese aumento del gatillo fácil se relaciona con el aumento del piso de pobreza estructural en Argentina (porque más allá de las manipulaciones de índices, la verdad está ahí afuera, desnuda para quien quiera verla)? ¿Y cuánto tiene que ver con las disputas territoriales de las corrientes antagónicas en el interior del peronismo, en particular el bonaerense? ¿Y cuánto con el sangriento control de una sociedad empobrecida que hace tan sólo cinco años se movía entre la desesperación, el piquete y la protesta callejera? No lo sé, y no me enteraré ni podré inferirlo a partir de la información hegemónica.
Y así siguiendo. Leo hoy la muerte de una chica de 20 años en el precario campamento de Parque Roca donde los cráneos –los calaveras, los muertos, bah– del Gobierno de Telerman decidieron reubicar a los habitantes de El Cartón luego de que alguien (o algunos) considerara que lo mejor era prender fuego la villa. Antes, para colmo, dichos funcionarios habían espetado –como si en el trance les fuera parte de ya su dudosa integridad moral–: “Con los pobres no se jode”. Dijo esto la misma funcionaria también había declarado a Radio Continental (América, según Clarín): “El sábado, o en algún momento de la semana, vamos a tener viviendas prefabricadas”. Entre el “sábado” y “algún momento de la semana” entran con comodidad un muerto y once heridos el domingo por la noche. Claro que con los pobres no se jode, sino que se los batatea, para que internalicen su malestar pero que no pierdan las ganas de mejorar sus vidas con la ayuda de algún puntero de turno. Y si no, les prenden fuego el rancho.
Recordemos: desde ese mismo sector del gobierno porteño, enseguidita nomás de apagado el incendio, se salió a denunciar que había sido intencional. Incluso tiraron un nombre que ahora se me escapa. Dijeron que el asentamiento está “muy politizado”, ya que “hay diferentes líneas internas que responden a la izquierda, a anteriores gobiernos, etcétera”.
Por su parte, Mauricio Macri anunció ayer su candidatura a jefe de gobierno porteño en el local de su partido ubicado en Piedrabuena y Antonio Bermejo, en el Bajo Flores, luego de reunirse con los punteros que conforman la “pata peronista” del Pro en Capital.

Baches y obra pública

Mientras Malala encaja sus petates con miras a su mudanza, yo –a casi un año de haberlo hecho– garabateo un balance. Así, a la columna del debe, además de la computadora rota (tengo turno mañana con el técnico), se suman: filtraciones desde el techo de la cocina (hay que hablar con la administradora); pérdida de agua en dos o tres puntos del sistema (se necesita un plomero); un calefón que no enciende (Diego dixit: Hay que cambiar el diafragma. Es una boludez); una heladera de 35 años que hay que descongelar cada quince días (al parecer sale un plan canje: habrá que estar atento).

En la columna del haber: todo lo demás está razonablemente bien.

...vida nueva

Mientras me desespero por conseguir cajas para guardar las cosas que quiero guardar y bolsas para tirar las cosas que quiero tirar, los fantasmas se alejan... alérgicos al polvo como son.

23 febrero 2007

Y hablando de monitores...

Le dice Alejandra Vallespir a Leonardo Sai en una entrevista publicada hoy en el blog La Lectora Provisoria:

“Cada vez se necesita menos fuerza de trabajo para la reproducción del capital. Buena parte de los trabajadores en la producción de algunos servicios trabaja 15 veces más de lo que históricamente trabajaba sin sentir que lo hace. Porque lo hace desde su casa, desde el mail, desde el celular. Trabaja todo el día, pero no lo siente así. Además, lo que el capital presenta como «comodidad» en realidad es un beneficio para su propia acumulación, ya que así es financiado por ciertos trabajadores con capacidad operativa propia (...) La «comodidad» de trabajar en su propia casa y enviar los documentos por mail, trae implícito que el trabajador se haga cargo de lo que antes se hacía cargo el capital. Antes, el trabajador se trasladaba al lugar, y trabajaba allí. Ahora trabaja «cómodamente» desde su casa, pero también se hace cargo de la luz, el gas, el desgaste de su PC, etc., etc., etc. Eso, es financiar al capital.” (La entrevista completa, acá.)

Más allá de que esta triste y ajustada descripción que hace Vallespir sobre una parte de nuestro mercado laboral sea casi idílica comparada con el relato que hace del sistema represivo en sentido estricto, la cito porque tiene mucho que ver con mi situación actual, la de hoy, la de ahora mismo.
Ayer, un rato después de ponerme a bajar unas películas (La crisis causó 2 nuevas muertes, El carnicero de Chabrol y Despertando a la vida de Linklater, entre otras) y un instante antes de copiar unas fotos desde la cámara de Malala, noté que, en principio, se apagó el monitor, después la cpu no se reiniciaba y, finalmente, después de desenchufarla, ni siquiera se encendía. The horror, the horror.
Tal vez mañana alguien la arregle, tal vez –espero– sea sólo la fuente de energía. Tal vez no.
Lo cierto es que unos mínimos ahorros surgidos de ciertos regalos de cumpleaños irán a parar, sin remedio, a Gabriel, que no será el arcángel que anuncie alguna inmaculada concepción, pero al menos parece que sabe arreglar computadoras.
Mientras, la enchastrada concepción que articula nuestras vidas no podrá ser limpiada ni siquiera con todos los polvos que Weich y Gianola pregonan mientras nosotros los vemos cómodamente instalados frente al monitor.

22 febrero 2007

Espejitos-monitores



Ahora, mientras voy tomando un poco de envión en esto de escribir a menudo, me voy interesando menos porque nadie nos comente (gracias Minerva: qué vacías estarían nuestras orejas si no fuera por tus ladridos) y más en escribir. Incluso me convenzo de que así es como mejor surgen los temas. Por ejemplo, este tema del espejito.

Acaba de irse Rodo, que hoy me enroscó una y otra vez con su discurso paranoico absolutista. Y no, yo me niego. Incluso me negaba hace tiempo, cuando –más científicamente– discutíamos salticando entre el caos, el libre albedrío y el determinismo. Pero recién, para colmo, él me seguía porfiando una totalitaria represión en ciernes (como con Videla pero en democracia) que incluso a mí –con toda la carga apocalíptica que llevo como mochila– me parecía exagerada y, por qué no, depresiva.
Luego, sin embargo, recordé mi previo panegírico en pos de la exageración y, más cercanamente, el propio y más que reciente
relato de Rodo acerca de su psycho de Sistemas. Así que mal podía ahora reprocharle su visión políticamente paranoica del mundo que nos rodea (y mucho menos teniendo en cuenta esta historia del espejito).

El espejito
Algunos años de realidades estupefactas me depositaron en cierto momento en un enclave en que yo mismo esperaba del espejo alguna imagen que me recordara quién soy. Ahora sé que no. No: nosotros, otros, ellos, antes, podían (verbigracia Di Nucci). Podían buscar en el espejo un reflejo, que incluso les sirviera de interpretación. Pero a mí el espejo no me devuelve más que el reflejo de mí mismo. Es decir: del espejo no rebota más que el reflejo de quien se anteponga a él.
Sin embargo, cuando hoy Rodo me habló del espejito, me sobresalté, y mucho (la coincidencia mental).
Para no hacerla muy larga, digamos que Rodo me dijo que un tal Paulo –su psycho de Sistemas del laburo– era una persona de temer, y de temer en serio. Una persona que no escatimó en detalles: por un lado, la mujer más histericona de su trabajo sufrió una intervención en su computadora, que significó la pérdida de todos los mails que ella había intercambiado con un sujeto masculino con quien tenía un affaire (aquí hay que acotar que el interceptor no sólo es un cachorro de familia militar sino que además parece que es virgen). Por el otro, mi propio amigo, una persona felizmente juntada, luego de un intercambio de mails con una vieja amiga, recibió de esta otro que decía: “¿Vos me mandaste una invitación de Messenger?”. Él, sin dudarlo, le dijo que la verdad que no, que no usaba ese programa y que...
pará, pará, pará: ahora que lo pienso, es mi pelotudo de Sistemas, el mismo pelotudo que vio nuestros mails de ayer, se flasheó cualquiera y terminó mandándote una invitación que, te repito, jamás pude haberte mandado yo”. Y un par de días después, agregó: “Sí, para colmo tengo absoluta razón: el pelotudo usa unos programas que se llaman «espejitos», que sirven para robar las claves de acceso.

Por tal motivo, repito lo que ayer era apenas un deber repetirme: Festejá tu derecho a la pelea. Aunque ahora agrego: Pero antes reconocé cuál es tu monitor.
PD: (¿Cuál es tu monitor?)

21 febrero 2007

Repetirse a viva voz: "Festejá tu derecho a la lucha"

En general pienso que la paranoia es un modo natural de interpretación. Y eso me sostiene la convicción de que el hecho de que yo sea paranoico no significa que a nadie le convenga joderme. Eso pienso en general. Pero, en otros momentos, la paranoia se me representa como una supina excusa, como un razonamiento exagerado que, precaviéndose de lo máximo, desiste hacer lo mínimo, por miedo no ya al poder sino a la vergüenza.
Además, odio a los médicos y todo lo que ellos... iba a decir “representan”, pero a esta altura de la cultura: ¿Quién sabe qué representan los médicos? Entonces mejor digo: odio a los médicos y todos los encuentros (¿sometimientos?) que llegue a entablar con ellos.
Finalmente: suele ser uno un negrero de sí mismo. O al menos eso me parece a mí. Por ejemplo: yo, que, para nada ajeno a este parecer que acabo de plantear, el domingo pasado comencé a considerar que ya estaba curado, que ya había tenido suficiente de esa convalecencia cuya duración reemplazó en febrero mis ya rumbeadas vacaciones norteñas. (“¡Pero es que tengo una severa lesión en el pie... ¡y además me perdí esas vacaciones!”, alegaba mi esquizo.) Quiero decir: comencé a suponer que ya era un abuso caminar por mi casa y no hacerlo en el trabajo. (“Bueno, pero todavía me duele.”, insistía mi otro yo.) Y así continué, y empecé a preguntarme, yendo por mi tercera semana de licencia, cómo iba a justificar más días de ausencia laboral. (“Mmm... Ahí no sé qué decirte”, acepté por fin resignado.) Y entonces volví.
Y lo más patético de mi vuelta al yugo fue ver la cara de sorpresa de mis compañeros, diciéndome algo así como: “¡¿Ya volviste?! ¿Por qué no te quedaste más?”, mientras yo pensaba: “Porque no me sale la complicidad con los médicos, porque no quise esgrimir la severidad de mi lesión”. Pero sólo lo pensaba, sin poder –por vergüenza– decirlo a viva voz.

20 febrero 2007

El que no llora...

El domingo por la noche converso con una amiga sobre las actividades del fin de semana. Menciono, luego, que no trabajo lunes ni martes. "Ah, cierto... era eso por lo que yo no tenía que hablar con vos, vos tenés esos asuetos y a mí me da mucha bronca."
En Pacífico, a punto de subir a tomar el tren, me encuentro con un amigo periodista a quien hacía mucho tiempo no veía. Luego del up-date de rigor le cuento que estoy yendo a Hurlingham, a una casa con pileta, que no trabajo porque tengo asueto. "Ah, ustedes los municipales, por favor..."

Gente que está indignada por esta súbita inyección de días no laborables, ¡luchen por sus derechos! Que es más productivo que quejarse de envidia.

19 febrero 2007

En buenas manos

A no preocuparse: las organizaciones internacionales están velando por todos nosotros. Y ojo: no sólo las políticamente correctas sino también las económicamente pragmáticas. ¡Qué alivio!

A río revuelto...

Después de diecisiete días de dura inactividad, el viernes decidí pasar mi último fin de semana de convalecencia en casa de Malala. Como ella aún se resiste a la tentación de la banda ancha, evitamos unas cuantas horas la compulsión de chequear las hipotéticas novedades en nuestros links favoritos. Eso agrandó mi desconcierto cuando, todavía lagañoso y con la marca de la almohada en mi cara, escuché que me decía el domingo al mediodía: “¡Volvió Del Medio!”. “Mm... ¿eh?” “Eso: que volvió Papipo.” “¿En serio?” Y era cierto nomás, y una suerte que así sea. Porque era entendible la negativa de Papipo de continuar con su blog, un espacio cuya propia confrontación contra el oligopolio mediático lleva a su autor hacia la siguiente paradoja: si le va bien en la vida virtual (la blogósfera y su red de visitas y repercusiones), tiene problemas en su vida material. Pero mejor es seguirla.
En lo que a mí respecta, recupero un nodo confiable para dilucidar el tinglado de los medios masivos en Buenos Aires. El autor del blog, por su parte, se agencia el derecho a cantar con alegría: “Siempre seguí la misma dirección, la difícil, la que usa el salmón...”. Brindo por la vuelta de Papipo (con cerveza, que sé que le gusta).

***

“Pero no siempre el salmón sigue la dirección difícil”, me decía Malala en una hondonada de un río de Córdoba. “Sólo para reproducirse, para desovar.” La miré con un dejo de reproche pero ella me detuvo: “No es vana la objeción y entiendo la metáfora. Pero lo que en Calamaro es decisión, en el pez es mera memoria evolutiva”. “¿Conque esas tenemos?”, pensé mientras ella se aprontaba a terminar su intervención. “Digamos: están los salmones simbólicos y los salmones reales... ¡Ay! ¡Si aparecieran unos salmones imaginarios podría hacerme lacaniana!”
Reímos aquella vez, pero no ayer mientras leía el post de Papipo, en que se lee que Fontevecchia (capo de Perfil) le soba el lomo a Magnetto (capo de Clarín), iluminándose en el camino con la luz del otro y estableciendo un puente que nunca viene de más. Eso es al menos lo que leí yo. Y así concluí que los salmones imaginarios existen (¡cómo no iban a existir!). Son aquellos que, como Fontevecchia, hacen que nadan no ya contra una sino contra dos corrientes. Así, en público van en pos de una entereza que en privado se sabe ausente y en privado maquinan prerrogativas que en público no se justifican. Se hacen los pobrecitos mientras que, alternativamente, se pretenden acompañados por la virtud y el éxito. Tal vez por eso se los vea tan solos.
(Con diferentes alcances, claro, a la misma estirpe pertenecen Rolando Graña, Julián Weich y Piñón Fijo.)

12 febrero 2007

¿Acaso mi tiempo no vale?

Yo ya sé que es un clásico quejarse de las horas que uno espera para sacar un documento, para que lo atienda el oculista, para inscribirse en el monotributo, para dar de baja la banda ancha, etcétera. Pero hace un rato leí algo que me parece que llega al fondo del malestar que generan esas esperas. Es de la ¿saga? de Duna (de Frank Herbert).

La intrincada expresión de los legalismos se desarrolla en torno a la necesidad de ocultarnos a nosotros mismos la violencia que empleamos hacia los demás. Entre el privarle a un hombre de una hora de su vida y privarle de su vida existe tan sólo una diferencia de magnitud. En ambos casos usamos la violencia contra él, consumimos su energía. Elaborados eufemismos pueden disimular nuestra intención de matar, pero tras todo uso del poder contra otro la última premisa es la misma: "Me alimento de vuestra energía".

09 febrero 2007

Viernes de Jano

El semestre que fue de agosto de 2001 a enero de 2002 fue particularmente próspero para mí en lo referente a sueños anticipatorios, sueños más o menos apocalípticos que, paradójicamente, me apaciguaron ansiedades y angustias varias que venía arrastrando desde hacía algún tiempo. Soñé con un avión negro de la Lockheed (lo sé porque lo recuerdo de las cartas Top & Quartet de mi infancia) suspendido frente a una embajada, soñé con un bólido (con su estela más bien) incrustándose en una torre; soñé incluso con Duhalde sentado sobre un cajón de manzanas en la verdulería del barrio (yo le preguntaba si el peronismo iba a dividirse o no, y el me respondía: “Veremos”, con un tono parecido al que usó para decir: “Mañana abren los bancos y que sea lo que Dios quiera”). Recuerdo esos sueños como trofeos, como pruebas de que la noche sabe algunas cosas que el día ignora.
Hoy, en el anochecer de un día que empezó de tarde, estuve leyendo lahaine.org (en particular este artículo sobre el comercio de la Guerra ¿del Golfo? ¿del Oriente Medio? ¿de más allá o acá?) y el sitio de la Correpi, y aquellas pruebas, aquellos trofeos sólo me recuerdan la encerrona que representa
anticiparnos, sólo en sueños, a la catástrofe.

08 febrero 2007

Diálogo de colectivo

–Y, entonces: ¿qué hay que hacer?
–Qué sé yo. Drogarse, matar a alguien, volverse loco... o trabajar mucho, que es como voltear los tres pájaros con el mismo tiro.
–No, pará, a mí no me vengas con esas porque sabés que no sirven: yo me drogo y estoy un poco tocado, y así y todo acá me ves... Y las condiciones carcelarias y laborales van para atrás. Tal vez en Dinamarca funcionaría: trabajás mucho, matás a tu jefe y te vas a leer a la cárcel.
–Muy bien, entonces no sé. ¿Enamorarse?
–Imposible.
–[A los gritos] ¡Me cago en dioooss!
–Pará, che, ¿por qué gritas?
–Otra posibilidad es hacerse el loco, exagerar el esquizo. No digo que mejore mucho lo dado, pero es más entretenido y sirve además como para ir probando variantes.
–Esa puede ser... ¡Chofer, cien de salame y cien de queso!

04 febrero 2007

El tachero ilustrado (Parte II)


(...)
–Bueno, pero por suerte vos sabés del tema... –intenté desviar la charla hacia otro tópico del que pudiera entender al menos algo.
–Msé –me respondió como diciendo: “Pero ojo que yo estoy para otra cosa...”.
–¿Sos mecánico? –pregunté tímido.
–¡Mnooo...! Ja, ja –rió mientras yo recordaba al doctor Hibbert–, conozco, pero noooh...
–...
–Yo soy autocader.
–¿? –yo sólo gesticulaba y expectante optaba por callar, como para que mi ignorancia no hiciera más difícil un mínimo entendimiento: una pregunta mal formulada puede llevar a cualquier lado, así que mejor que se explayase.
–Diseño, matemáticas, resistencia de materiales...
–Ahá, interesante, ¿no?
–Apasionante, te diría. –volvió a tomar velocidad, en la conversación–. Yo estudiaba, cuando estábamos allá todavía, con el Negro Emilio Santiago, por ahí lo conocés: es el que acostó a los de la NASA.
–¿En serio? –me sentí atraído, tanto por entrar en tópico conocido como por el sesgo de la introducción.
–Sí... El tipo se la pasó estudiando cómo hacían los rusos, cómo lanzaban una y otra vez su Soyuz, y volvían y volvían a lanzarla indemne luego de haber reingresado a la atmósfera. Ahora, enganchados en el tren del plan espacial yanqui, construyen el Kliper, que no es más que una copia barata del transbordador pero que aun así va a funcionar mejor.
–Pará, pará: estudiabas... ¿allá dónde? –me determiné establecer las referencias, ahora que parecía tener algo entre las manos, aunque sólo lo supiera porque se me estaba escurriendo entre los dedos.
–¿Allá dónde qué? ¡Ah, sí! En el Sótano.
–¿En el sótano? ¡¿Qué sótano?! –me puse firme ante la proliferación de oscuros datos.
–El Sótano, sí. Así lo llamábamos con el Negro y el Pelado Acuña. El Sótano. En Medrano. Es una sede de la UTN. Hay varias, pero allá nos reuníamos nosotros.
–¿Y el Pelado Acuña quién era? –interrumpí con ganas de ganar tiempo, antes del fatídico momento del juicio que, inevitable (lo sabía), dictaminaría entre si me estaba bolaceando o no. Faltaba la mitad del viaje y estaba decidido a llevar este tema hasta el final.
–Acuña fue uno de los que se quedó, porque bueno, eso era un gueto: ahí de verdad que no entraba nadie. ¡Bah! Los de la UBA por ahí sí, de tanto en tanto, para cuando había que revalidar. Esos sí podían, pero porque tienen la vaca atada (e incluso algunos las hacen pastar para su propio beneficio en los campos que la universidad tiene en la provincia: posta). Pero si no, no: no entraba nadie. Ahí nos reuníamos los tres, hasta que después el Negro se fue a Mendoza, por un programa de intercambio con la NASA. Así fue que aprovechó y empezó a comparar las diferencias. Y finalmente concluyó en que los rusos, nuevamente, habían sido más prácticos y que para mejorar el sistema de protección del Atlantis...
–Claro, claro –interrumpí nuevamente, en parte para hacer ver que sabía del tema y estaba atento– porque el Challenger y el otro... ¿cómo se llamaba el otro? ¿El que terminó en pedacitos desperdigados por medio Estados Unidos? El Columbia... –, en parte por el ansia de intervenir en un relato tan inesperado como interesante.
–Exacto: terminaron hechos fuego, por decirlo de algún modo. Y mientras estudiaba, el Negro se dio cuenta de que los rusos la están pifiando con Kliper, porque imita al transbordador y, con eso, compran un problema más caro que la solución. Y no sólo que se dio cuenta, sino que fue, los encaró y se lo dijo.
–¿Y qué pasó? –pregunté expectante ante la suerte del Negro.
–Ni bola le dieron.
–Uyyyy... ¡Qué pena! –me abatí.
–Para nada: lo contrató la NASA.
Ahí me reí con ganas (era previsible y asombroso a la vez), y por eso empecé a creerle. Y no sólo a creerle, sino incluso a considerar que tal vez fuera un privilegio estar en ese taxi.
–Pero ¿qué fue lo que descubrió el Negro? –insistí como para cerciorarme.
–Descubrir, en fin... Digamos que hizo un análisis perfecto. En pocas palabras: “Si vas a chocar contra una gran esfera, mejor que tu frente sea esférico. Si no, andá despacito”. Porque él no sabía muy bien cómo trabajaban los rusos, pero sabía que aterrizaban con paracaídas y que por eso reingresaban más lento que el transbordador. A partir de eso trabajó con la idea de que el ángulo de reingreso del transbordador debía ser más agudo, que era lo que se negaban a aceptar los de la NASA, que de todos modos –y sobre todo después del incidente con los rusos– decidieron que mejor era tenerlo cerca: lo contrataron, hizo los cálculos y él le optimizó el ángulo de reingreso a una nave que, digámoslo, ya es obsoleta.
–¡Me parece súper lógico! –dije asombrado, comenzando a sermonearme mentalmente contra mi indiferencia paranoica que me impide abrir el abanico de diálogo, que me impide vivir la ciudad, entender cómo funciona esto... y así siguiendo. Para colmo, en medio de mi devaneo un tanto melindroso entre las personalidades corajudas y las pusilánimes, el tachero se multiplicaba en líneas de explicaciones que me parecían bastante matemáticas, quiero decir: bastante abstrusas. Finalmente, en el semáforo de Virrey del Pino esquina Cabildo, escuché:

–Entonces, el gran tema, lo que hay que entender de una vez, es que lo que importa no es lo lineal, es lo radial, ¿entendés? No te podés tirar de cabeza, no: lo mejor es entrar en espiral, porque todo esto está hecho de radios –decía con énfasis mientras sobre el tablero trazaba con un dedo un arco, de un modo... ¡tan obsesivo! (En ese empecinamiento gestual moraría el ansia inefable, la visión de eso que todavía no se conoce pero de lo que ya se tiene una prueba.) Lo veía trazando ese arco, y lo imaginaba armando, por medio de múltiples radios, su relato, de cuyo centro irreductible, en ese momento, surgían esas palabras. (Tal vez mi fascinación nacía de asignarle al tipo uno de mis propios delirios.)

Doblamos por Cabildo y durante unas cuantas cuadras hicimos silencio, modalidad negada las cuarenta precedentes. Callamos, tal vez por lo próximo del final, tal vez porque ya había estado bien y no daba para arruinar todo con frases al voleo. Sin embargo, aunque se demorara, si había un presagio en el ambiente era que ese hombre no iba a callar.
Tres cuadras antes de llegar a destino, el tipo se persignó frente a la iglesia y –tengo la maléfica manía del prejuicio– la imagen que de él tenía tambaleó. De modo que, como para conjurar el maleficio invocando su causa, me apuré a decir:
–Ah... sos católico.
–Msé... –y yo ya conocía ese tono– Me educaron así.
–...
–Pero yo no estoy de acuerdo con muchas cosas.
–¿Por ejemplo..? –acicateé, un tanto distante.
–¿Por ejemplo? El Sumo Pontífice, Santísimo Padre, no puede oponerse, quiero decir, no debería oponerse (yo no soy nadie para decir lo que tiene que hacer) a ciertas teorías que ya han sido probadas.
–Coincido –dije mientras aún me resistía a volver al anterior cauce de confianza y asombro.
–Te puedo asegurar, y mirá que yo acá siempre llevo los tres libros: la Torá, el Corán y la Biblia –me decía mientras los separaba sobre el asiento del acompañante–, que es imposible entender el origen si uno lee un solo libro. Imposible. Y Darwin, además, no estaba en contra de Dios, sino que quería saber cómo había hecho nomás. Entonces por qué ese enfrentamiento. No es así, pero en eso se dan la mano con Bush. Lo mismo con los preservativos: si nadie usa preservativos, nos vamos a morir todos de sida, empezando por las prostitutas. Lo que no significa que esté a favor de la prostitución o sea putañero, para nada (aunque te digo que con cuarenta mil prostitutas te doy vuelta este país, en serio). El miércoles pasado, justamente, llevé a un par desde Mint hasta Niceto, y yo les decía que el Unigénito no las condena sino que desea que se salven. Y una me respondió: “¿Sabés qué pasa, viejo lenteja? Pasa que cien de salame y cien de queso, ahora, valen más que todas tus escrituras”.
Ya habíamos llegado, el tipo casi estaba llorando y yo me había quedado sin palabras ni ganas de conversar. De todos modos me daba pudor bajarme inmediatamente, así que, después de recibir el vuelto, esperé a que cerrara la idea.
–Igual yo no me caliento y voy despacio, en espiral y hacia abajo (por la edad). En tres años llega el Apocalipsis (que llegará por el cielo), y ahí vemos quién se salva. Vos vas bien, porque se ve que sabés escuchar.
–Gracias, che, buenas noches y buena suerte.
–Buenas noches, y que Dios, la Virgen y el Unigénito te protejan. Se vienen tiempos duros.

Cuando bajé estaba aturdido: ya no creía en nada de todo lo que había oído, pero el viaje estuvo mejor que si no se hubiera dicho nada. El tipo estaba loco, pero igual tenía razón. En la Shell, en encargado hacía el conteo de chicles previo al cambio de turno. Hacia el fondo de la plazoleta, vi al linyera que duerme bajo la jaula de la nada mordiendo algo que había sacado de un tacho y se iba mascullando no sé qué rezongo. Por un momento sentí el impulso de ir a charlar con él.

01 febrero 2007

No nos une el amor...

En sitio de La Nación, aparece una fotogalería (qué nombre más paquete) sobre las inundaciones en Indonesia, cuya pía bajada reza: “Pobreza y desolación ante la catástrofe”. En las fotos se ve lo que puede hacer una buena lluvia tropical en las (siempre a punto de colapsar) megalópolis modernas. De hecho, la mayor parte de esas imágenes podrían haber salido de una Buenos Aires inundada (menos el mar, claro). Pero como esta catástrofe sucedió lejos, mejor es venderla bajo ese manto de piedad distante que tanto tranquiliza a los salvados. Pero ojo, amigos: a no relajarse, que después de los entretelones de Hollywood, otra sección nos avisa: “El clima en Capital y sus alrededores. La ciudad promete convertirse en un horno”.

Cuánta inseguridad

El de más a la izquierda fue tomado de rehén.
Yo me pregunto dónde está Blumberg.