Después de diecisiete días de dura inactividad, el viernes decidí pasar mi último fin de semana de convalecencia en casa de Malala. Como ella aún se resiste a la tentación de la banda ancha, evitamos unas cuantas horas la compulsión de chequear las hipotéticas novedades en nuestros links favoritos. Eso agrandó mi desconcierto cuando, todavía lagañoso y con la marca de la almohada en mi cara, escuché que me decía el domingo al mediodía: “¡Volvió Del Medio!”. “Mm... ¿eh?” “Eso: que volvió Papipo.” “¿En serio?” Y era cierto nomás, y una suerte que así sea. Porque era entendible la negativa de Papipo de continuar con su blog, un espacio cuya propia confrontación contra el oligopolio mediático lleva a su autor hacia la siguiente paradoja: si le va bien en la vida virtual (la blogósfera y su red de visitas y repercusiones), tiene problemas en su vida material. Pero mejor es seguirla.
En lo que a mí respecta, recupero un nodo confiable para dilucidar el tinglado de los medios masivos en Buenos Aires. El autor del blog, por su parte, se agencia el derecho a cantar con alegría: “Siempre seguí la misma dirección, la difícil, la que usa el salmón...”. Brindo por la vuelta de Papipo (con cerveza, que sé que le gusta).
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“Pero no siempre el salmón sigue la dirección difícil”, me decía Malala en una hondonada de un río de Córdoba. “Sólo para reproducirse, para desovar.” La miré con un dejo de reproche pero ella me detuvo: “No es vana la objeción y entiendo la metáfora. Pero lo que en Calamaro es decisión, en el pez es mera memoria evolutiva”. “¿Conque esas tenemos?”, pensé mientras ella se aprontaba a terminar su intervención. “Digamos: están los salmones simbólicos y los salmones reales... ¡Ay! ¡Si aparecieran unos salmones imaginarios podría hacerme lacaniana!”
Reímos aquella vez, pero no ayer mientras leía el post de Papipo, en que se lee que Fontevecchia (capo de Perfil) le soba el lomo a Magnetto (capo de Clarín), iluminándose en el camino con la luz del otro y estableciendo un puente que nunca viene de más. Eso es al menos lo que leí yo. Y así concluí que los salmones imaginarios existen (¡cómo no iban a existir!). Son aquellos que, como Fontevecchia, hacen que nadan no ya contra una sino contra dos corrientes. Así, en público van en pos de una entereza que en privado se sabe ausente y en privado maquinan prerrogativas que en público no se justifican. Se hacen los pobrecitos mientras que, alternativamente, se pretenden acompañados por la virtud y el éxito. Tal vez por eso se los vea tan solos.
(Con diferentes alcances, claro, a la misma estirpe pertenecen Rolando Graña, Julián Weich y Piñón Fijo.)
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