22 febrero 2007

Espejitos-monitores



Ahora, mientras voy tomando un poco de envión en esto de escribir a menudo, me voy interesando menos porque nadie nos comente (gracias Minerva: qué vacías estarían nuestras orejas si no fuera por tus ladridos) y más en escribir. Incluso me convenzo de que así es como mejor surgen los temas. Por ejemplo, este tema del espejito.

Acaba de irse Rodo, que hoy me enroscó una y otra vez con su discurso paranoico absolutista. Y no, yo me niego. Incluso me negaba hace tiempo, cuando –más científicamente– discutíamos salticando entre el caos, el libre albedrío y el determinismo. Pero recién, para colmo, él me seguía porfiando una totalitaria represión en ciernes (como con Videla pero en democracia) que incluso a mí –con toda la carga apocalíptica que llevo como mochila– me parecía exagerada y, por qué no, depresiva.
Luego, sin embargo, recordé mi previo panegírico en pos de la exageración y, más cercanamente, el propio y más que reciente
relato de Rodo acerca de su psycho de Sistemas. Así que mal podía ahora reprocharle su visión políticamente paranoica del mundo que nos rodea (y mucho menos teniendo en cuenta esta historia del espejito).

El espejito
Algunos años de realidades estupefactas me depositaron en cierto momento en un enclave en que yo mismo esperaba del espejo alguna imagen que me recordara quién soy. Ahora sé que no. No: nosotros, otros, ellos, antes, podían (verbigracia Di Nucci). Podían buscar en el espejo un reflejo, que incluso les sirviera de interpretación. Pero a mí el espejo no me devuelve más que el reflejo de mí mismo. Es decir: del espejo no rebota más que el reflejo de quien se anteponga a él.
Sin embargo, cuando hoy Rodo me habló del espejito, me sobresalté, y mucho (la coincidencia mental).
Para no hacerla muy larga, digamos que Rodo me dijo que un tal Paulo –su psycho de Sistemas del laburo– era una persona de temer, y de temer en serio. Una persona que no escatimó en detalles: por un lado, la mujer más histericona de su trabajo sufrió una intervención en su computadora, que significó la pérdida de todos los mails que ella había intercambiado con un sujeto masculino con quien tenía un affaire (aquí hay que acotar que el interceptor no sólo es un cachorro de familia militar sino que además parece que es virgen). Por el otro, mi propio amigo, una persona felizmente juntada, luego de un intercambio de mails con una vieja amiga, recibió de esta otro que decía: “¿Vos me mandaste una invitación de Messenger?”. Él, sin dudarlo, le dijo que la verdad que no, que no usaba ese programa y que...
pará, pará, pará: ahora que lo pienso, es mi pelotudo de Sistemas, el mismo pelotudo que vio nuestros mails de ayer, se flasheó cualquiera y terminó mandándote una invitación que, te repito, jamás pude haberte mandado yo”. Y un par de días después, agregó: “Sí, para colmo tengo absoluta razón: el pelotudo usa unos programas que se llaman «espejitos», que sirven para robar las claves de acceso.

Por tal motivo, repito lo que ayer era apenas un deber repetirme: Festejá tu derecho a la pelea. Aunque ahora agrego: Pero antes reconocé cuál es tu monitor.
PD: (¿Cuál es tu monitor?)

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