27 agosto 2007

Villa Delfín

“El recuerdo terrible de Villa Basura, deliberadamente incendiada para expulsar con el fuego a su indefenso vecindario, era un temor siempre agazapado en el corazón de los pobladores de Villa Miseria. La noticia de aquella gran operación ganada por la crueldad, no publicada por diario alguno...” Bernardo Verbitsky, Villa Miseria también es América, 1953.

Al parecer, la reunión de Macri y Bergoglio tuvo como uno de sus centros de interés la articulación entre los intereses inmobiliarios del gobierno delfín, los intereses políticos de la estructura católica y la consolidación de la alianza entre ambos actores de peso de la representación social. Es decir, la articulación de, por un lado, la erradicación de la Villa 31 bis y el proyecto Nuevo Madero; y, por el otro, la conservación de la 31 y la tumba del padre Mugica.
No me voy a extender sobre el diálogo Bergoglio-Delfín. Y no voy a hacerlo porque no puedo. Me encantaría haber sido el hombre invisible en esa reunión. Pero no, aunque tal vez la presencia de Francis Ford se contemple la producción de la versión argentina de El Padrino (iii).
Sí quiero detenerme un poco en la evolución demográfica de las villas, porque tengo a mano Prohibido vivir aquí. Una historia de los planes de erradicación de villas de la última dictadura, de Eduardo Blaustein. Las cifras: a mediados de la década del 50, primer momento en que el Estado institucionaliza la problemática, la autodenominada Revolución Libertadora realiza un censo que calculó en 33.920 las personas que habitaban en las 21 villas de la Capital. Hoy se calculan en más de 200 mil personas (entre villas y asentamientos). Desde ese momento, el número nunca dejó de crecer, con la excepción del período de Del Cioppo-Cacciatore-Videla, cuando el número de villeros decreció de 225 mil en
1976 a 51 mil hacia fines del 79, según los aterradores datos oficiales inscriptos en una concepción de la erradicación como solución final, concepción enunciada por Del Cioppo cuando dijo que pensaba Buenos Aires “para quienes la merezcan, para el que acepte las pautas de una vida comunitaria agradable y eficiente. Debemos tener una ciudad mejor para la mejor gente”. Mejor es la que puede pagar, claro.
Hoy, pleno siglo veintiuno y mayormente en silencio, la problemática se sostiene casi inmodificada, sólo que en lo próximo el gobierno delfín volverá a traerla a la palestra, con la metodología usual de la derecha vernácula: la erradicación. Habrá que estar atentos. De todos modos, casi imposible no estarlo, ya que la cuestión no se agota en las villas, ya que ellas conforman el piso del valor inmobiliario sobre el que se calcula, entre otras cosas, el precio de los alquileres, de la vivienda, de la tierra en fin.

Post scriptum: horas después de escribir esto, abrí los diarios y me enteré de los aumentos de 200% en el valor fiscal de los terrenos. Cuando decía hace unos días movimiento de pinza, me refería en parte a esto: la ciudad para quien pueda pagarla avanza contra los pobres, muy pobres e indigentes, al mismo tiempo.

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