23 agosto 2007

Proxeneteando por un sueño

La cañonización de la lengua popular ventilada desde “Bailando por un sueño” ya me tiene los huevos al plato. La wandanización de textos e imágenes mediáticas es aceptación apologética de la explotación sexual. Del mismo modo que la provincialización del hambre funciona como resignación escandalizada. Los múltiples tentáculos del sistema mediático sobreimprimen un segundo sometimiento al ya realizado por la producción capitalista. La alienación tetradimensional resultante se expresa en estados mentales que olvidan fácilmente los más inmediatos datos de su existencia, difiriendo constantemente el cuidado del yo. La interiorización del estado de inseguridad ventilado por los medios, aun en contra de los datos estadísticos de la propia experiencia de –por ejemplo– muchos porteños, cumple el doble juego de negar la realidad actual y promover su futuro empeoramiento.
Second Life es la constatación material –económica– del estado del pensamiento actual; su probable fracaso mostrará la contradicción de un producto que falle por tener demasiados potenciales consumidores que sean a la vez reales competidores.
Tal estado del pensamiento cotidiano favorece relaciones claustrofóbicas: “¡Ja! Ahora ya sé porque el volantero de McDonald’s se la pasa siempre enfrente del kiosco: mirá la cantidad de culo que hay acá” (oído al pasar en Santa Fe al cuatro mil y pico).
Nosotros dijimos basta desconectándonos todo lo posible (y cuando digo “nosotros”, hablo por mí y un grupo de pajeros amigos). La elección es clara, la realidad también: no podemos procesar tantos objetos de propiciación masturbatoria. Estamos cerca de perder incluso el gusto por la masturbación. Se están zarpando (y cuando no digo “ellos” no pronuncio “el pujante oligopolio y todas las redes monopolizadoras que establece con los «exteriores del oligopolio»”).
Están enfermando gente.
El malestar también es viral.


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