Second Life es la constatación material –económica– del estado del pensamiento actual; su probable fracaso mostrará la contradicción de un producto que falle por tener demasiados potenciales consumidores que sean a la vez reales competidores.
Tal estado del pensamiento cotidiano favorece relaciones claustrofóbicas: “¡Ja! Ahora ya sé porque el volantero de McDonald’s se la pasa siempre enfrente del kiosco: mirá la cantidad de culo que hay acá” (oído al pasar en Santa Fe al cuatro mil y pico).
Nosotros dijimos basta desconectándonos todo lo posible (y cuando digo “nosotros”, hablo por mí y un grupo de pajeros amigos). La elección es clara, la realidad también: no podemos procesar tantos objetos de propiciación masturbatoria. Estamos cerca de perder incluso el gusto por la masturbación. Se están zarpando (y cuando no digo “ellos” no pronuncio “el pujante oligopolio y todas las redes monopolizadoras que establece con los «exteriores del oligopolio»”).
Están enfermando gente.
El malestar también es viral.
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