
Me pregunto.
Rodrigo: “Bueno, Geo tenía la tarasca y pudo conocer cuatro instituciones.
Primero fue a Amsterdam, bah, un lugar muy cerquita de ahí. Pero no le dieron ni cinco de bola. Es más: su jefe olvidó que tenía una entrevista con ella. «Ni en pedo», pensó Geo.
Después se fue a Estrasburgo, donde su jefa trabajaba unas doce horas. «No voy a laburar quince horas por día», pensó. Además, los alquileres son carísimos ahí.
Finalmente recaló en Ginebra, donde el trabajo estaba bueno y la jefatura no era la misma mierda de siempre. Le pregunté por qué no se quedó. «Porque Ginebra es toda como la avenida Alvear. No es una ciudad, es un mega Patio Bullrich», me respondió, «y los laburantes son semi campesinos franceses, a cuarenta minutos de tren»”.
**********************************Vista del castillo
Rodrigo: "Hasta que en un momento (y a punto estaba ya de volverse), una amiga la llamó desde Heidelberg: «Está todo bien. Venite a que te conozcan», le dijo. Y Geo se quedó a vivir.
Ariel, parafraseándome, escribió algo que yo no dije (Y Malala concluyó: “Lo que pasa es que damos muchas cosas por sentadas, las creemos firmes como el suelo que pisamos. Pero cuando el piso cede, lo que antes considerábamos decisión personal se nos aparece como un cruce, más o menos favorable, de contingencias”). Al leerlo no sólo no termino de reconocerme, sino que me parece que ese enunciado, como tal, permite que uno se lave las manos respecto de sus propias decisiones. Pareciera que si las cosas salen de acuerdo a lo planeado el crédito es propio y, si no, es una especie de factor climático sobre el que nadie puede tener la menor injerencia, ni para mejor ni para peor.
Pensando en cómo plasmar esto (que pretendía ser un comment a este post), me figuré que lo que yo estaba diciendo es que uno a veces toma decisiones (como sujeto) y termina sometiéndose a procesos u oscuros mecanismos de los que acaba siendo objeto (en ese momento, la anécdota tenía que ver con planes de viajes que distintos hechos, acaso fortuitos, terminaban alterando, por no decir casi pervirtiendo).
Mientras (mientras empaquetaba mis cosas, las cambiaba de casa y las desempaquetaba –cada vez hay más cosas–) dejaba en el borrador de Blogger un título que rezaba “Barrios cerrados”, con intención de escribir algo respecto de cierta idea de una compañera de trabajo.
Entre ese post –que es este– y el comment que se me hacía difícil redactar para rectificar mis dichos, las ideas se encontraron a mitad de camino a tomar un café, o más bien un fernet con coca.
Y acá parece necesario que hable un poco de mi trabajo: con un grupo de gente nos ocupamos entre otras cosas de que haya lugares en la ciudad donde la gente pueda retirar forros gratis. Para eso estamos divididos en grupos que acompañan las actividades de distintas organizaciones e instituciones, muchas de ellas en villas y barrios pobres.
Todo esto viene a cuento de que Mabel, que trabaja en la zona sur de la ciudad, días atrás dijo en una reunión que esos son sus barrios cerrados. En un principio podía sonar disparatado, pero sin embargo se puede decir que un barrio cerrado reúne un colectivo de familias con cierta identidad social, básicamente económica, y que termina definiendo un perfil de lo que es la vida cotidiana allí. Pensaba que cierto rasgo de desigualdad se ligaba bien con esa diferencia entre sujetos y objetos. Digo: alguien “acomodado” puede decidir mudarse a
Mientras me deprimo porque dicho todo así no parece haber espacio para cambiar nada, me alegro porque ni yo (aun habiendo escrito lo que encabeza esta misma oración) ni muchas personas que conozco nos comemos el paquete de que no se puede hacer nada.
Siempre queda algo así como el “gesto político”, algo que genere una cosa distinta, un poco mejor (no necesariamente manifestaciones ni revoluciones). Acaso mínimos movimientos.
El viernes cuando volvía del trabajo vi dos chicas que se besaban en Florida y Diagonal. No pude contener la sonrisa. En el contexto en que vivimos, eso (además de una demostración de amor) es un gesto político, que suma gente, que subvierte lo que se considera lo normal, lo habitual, que dice “esto es así”.
La diferencia siempre la hacen las personas, y reconocerse objeto de algo suma porotos para el sujeto que, quiérase o no, todos llevamos dentro.
Desde el cielo de arriba la claridad del sol viaja, y parpadea en el cielo de abajo por nubes que vuelan a millones de kilómetros de su origen. Discontinuo y por debajo, acá nomás, apenas antes de que el fulgor sobre la toma de aire me empujase hacia esa claridad, yo me lanzaba hacia el colchón en caída libre boca arriba invocando la siesta.
***
Dos horas después, a la hora en que el búho levanta vuelo, subo las fotos a nuestro despótico servidor, concluyo este texto y salgo a correr un poco, en procura de la información de mis reticentes sentidos (como dice un amigo: la lucha cotidiana contra la pereza).
Pelotón, reality castrense
Así es que la máquina de guerra, el dispositivo de humillación televisada, continúa produciendo chorizos baratos que vende a precio Torgelón. Y así es que generan una nueva categoría de lo televisable: el boludo que nadie quiere ser. Entonces, complementariamente, se entiende no sólo el calco formal sino también la repetición de un mismo significado en las propagandas de Movistar y Speedy, unidades de negocios de un mismo monopolio: Telefónica, cuyos cráneos de marketing decidieron matar dos pájaros de un tiro. En ambas campañas nos muestran el boludo que, según ellos, no deberíamos ser. Y si bien el boludo según Movistar es simplemente un anticuado, el de Speedy no es ningún boludo: ¡el boludo es el padre, quien más allá del paso de los años, sigue entrando en la habitación de Beto para tirarle una pelota! Y para colmo, para completar la orden de no ser como Beto, Speedy abrió un centro de orientación vocacional on line, tal vez para paliar el desorientado vacío que genera seguir, paso a paso, Gran hermano.
Conversábamos anoche con amigos (D. y S., digamos). Nos contaban el sinuoso camino hacia su actual domicilio. Cada punto del relato se abría más o menos hacia lo mismo: un mínimo error de cálculo, una pizca de indiferencia u hostilidad, o el mero caos climático pueden conducirnos a vivir en los caños, o a alguna calamidad semejante. Una frase de S. quedó flotando: “El mundo es hostil”. Y
Hoy a la mañana, mientras el agua avanzaba sobre (y bajo) Buenos Aires, recordaba la charla de anoche y, vagamente, como en un eco o un rumor de la conciencia, me preguntaba dónde estarían en ese momento los desplazados por el incendio de Villa Cartón. Luego recordé que la lluvia es apenas un instrumento de la catástrofe, uno entre medio de muchos otros, algunos mucho más devastadores.
(Arde Tokio)
Entre la conversación de anoche y el diluvio de hoy, vi por i-Sat Niebla de guerra, un muy buen documental sobre Robert Strange McNamara. El tipo, menos en Corea, estuvo casi en todas. Empezó su carrera en Harvard; organizó la reclutación de pilotos de bombarderos mediante las fichas computadas de la IBM; fue parte del equipo que planificó el bombardeo incendiario sobre decenas de ciudades japonesas; trabajó en la Ford, donde introdujo innovaciones en seguridad tendientes a salvaguardar la vida de los consumidores, y de la que fue el primer presidente con un apellido que no fuera Ford; mano derecha de Kennedy y después también de Johnson. Todo eso, entre 1942 y 1968.
Habla McNamara y solito va dando una idea acabada de eso que se ha dado en llamar complejo industrial-militar estadounidense y sus consecuencias en la sociedad de su país y en el resto del mundo. Una simple historia de vida contada en primera persona por alguien consciente de que, de haber perdido, él –y tantos otros– habrían sido juzgados como criminales de guerra.
LA escena: en off, McNamara cuenta que la innovación que revitalizó a la Ford fue copiar ciertas características de los Cadillacs. En pantalla, un plano detalle de la cola de un Cadillac recordaba los misiles que antes habían sido mostrados. Luego, la cola del Cadillac, se transforma en la de un Falcon. Así salió adelante la fábrica de Henry F. Usted sabe lo que un Ford (Falcon) significa.
PD: entre 1968 y 1981 fue presidente del Banco Mundial. Parafraseando a Clausewitz: la economía es la continuación de la guerra por otros medios.