De modo tal que, en treinta países, un grupo de boludos con papeles se transforma por algunos meses en el centro millones de conversaciones, televisadas o no. Ayer vi Los Simpson y allí explicaron cuál es el funcionamiento de los realities: “Ustedes exhiben sus miserias y luego el público decide quién es la persona menos censurable entre todos los participantes”. Perfecto, es eso.
En Estados Unidos el programa no funcionó, pero más allá de cuáles sean las razones de tal fracaso (Linkillo algo decía al respecto hace algunos meses), el formato reality abunda y cómo: por estos días hay uno en que buscan un nuevo superhéroe. Y hay una causa que se repite: es barato producir un reality, al menos más barato que pergeñar una serie cuyos actores podrán llegar a cobrar, si esta tiene éxito, un millón de dólares por capítulo. Por otra parte, al formato, como a la realidad misma, le gustan las simetrías y los leves anacronismos. Por ejemplo, tenemos el caso del reality chileno Pelotón, en que los participantes son llamados reclutas y no viven en una casa sino, como es dable esperar, en un cuartel, y los nominados se visten de fajina, mientras los que seguirán en el programa los miran desde una tribuna vestidos con galas castrenses. (Anteayer vi la partida de una participante que caminaba por un oscuro descampado al lado de una suerte de coronel. “Y bueno –pensé–: ahora la fusilan...” Pero no.)
Pelotón, reality castrense
Así es que la máquina de guerra, el dispositivo de humillación televisada, continúa produciendo chorizos baratos que vende a precio Torgelón. Y así es que generan una nueva categoría de lo televisable: el boludo que nadie quiere ser. Entonces, complementariamente, se entiende no sólo el calco formal sino también la repetición de un mismo significado en las propagandas de Movistar y Speedy, unidades de negocios de un mismo monopolio: Telefónica, cuyos cráneos de marketing decidieron matar dos pájaros de un tiro. En ambas campañas nos muestran el boludo que, según ellos, no deberíamos ser. Y si bien el boludo según Movistar es simplemente un anticuado, el de Speedy no es ningún boludo: ¡el boludo es el padre, quien más allá del paso de los años, sigue entrando en la habitación de Beto para tirarle una pelota! Y para colmo, para completar la orden de no ser como Beto, Speedy abrió un centro de orientación vocacional on line, tal vez para paliar el desorientado vacío que genera seguir, paso a paso, Gran hermano.
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