27 marzo 2007

Vidas imaginarias (parte cuatro): Mi pasillo


Yendo al punto. Buenos Aires. En barrios donde viven muchos conocidos nuestros, en estos momentos, hay unas 130 mil personas sin energía eléctrica. Que no tengan luz es grave, y muy grave para estructuras como geriátricos, hospitales, edificios de departamentos y comercios con heladeras. Gravísimo, y hubo quilombo. La falla no puede adjudicarse a equis cantidad de agua caída. Si suelen inundarse ciertas subestaciones de Edesur, bueno, queridos, ya deberían haber establecido puentes hacia puntos más altos. No es imposible, sólo cuesta dinero.
Por otro lado, hoy un avión aterrizó en Aeroparque sin cobertura de la torre de control: el piloto vio el lugar y se mandó. Hace un tiempo K informaba el final de la aviación civil controlada por la Fuerza Aérea. Siete meses después, con radares fuera de servicio, el descontrol sigue en aumento y esa parece ser la política a seguir.
A todo esto, Malala me decía hoy que la aburría enormemente con Heidelberg; y que la catedral de Brasilia fuera de tal modo y no de otro, no sólo le parecía lógico, sino que además la tenía muy sin cuidado. No sin dolor, por mi parte, acepté mi diletancia y el aburrimiento que puede generar, incluso en los seres que me conocen.
Me aboco, entonces. La infraestructura básica de esta ciudad está colapsando en ciertos barrios, que así y todo, son objetos de construcciones compulsivas que hacen tambalear aun más su equilibrio estructural. Desde ya, las nuevas viviendas son para consolidar los nuevos valores de las zonas elegidas y, de paso, para poner en circulación el excedente de las ventas de propiedades a precios más elevados. Las construcciones no apuntan a revertir el déficit de vivienda (eso es función del Estado, pero... cri cri) y cuando se venden no son accesibles para el 80 u 85 por ciento de la población. De modo tal que es lógico deducir que, así como aumenta la oferta, la concentración también aumenta. Y así siguiendo hasta repetir el proceso que se está dando en la impregnación palermitana hacia Villa Crespo, Chacarita, Coghlan; la sobresaturación de Caballito, Almagro y aledaños; la emergencia del fenómeno de las torres en barrios tradicionalmente bajos, que fueron puestos a disponibilidad por la extensión del subte (Villa Urquiza, Parque Chas, Villa Ortúzar, Agronomía); sin olvidar el desarrollo constante de reductos como Villa del Parque y Villa Devoto ni de la ciudad del Bicentenario que se están consolidando en la zona costanera, con Faena como mascarón de proa. (En la zona sur, lo único que se consolida es la pobreza, los asentamientos y la Corporación del Sur.)
La ciudad ha perdido su centro. Mientras, en un puñado de centros locales se monta una vida más o menos autoabastecida, que permite a quien vive, pongamos en Palermo, salir de la zona sólo en vacaciones.
De pronto, vi una Buenos Aires futura: un par de zonas universitarias, otra proveedora de contenidos, otra para los servicios financieros, otra para los legales, otra para el lujo de turistas y magnates locales más y menos gateros, y algunas otras más para la vida cotidiana de las familias. Potenciales aldeas, islas en cualquier caso, abastecidas por monopolios que pueden dejarme sin luz por un mes o hacer que mi (?) avión aterrice sin monitoreo de radar. Para completar: la concentración mediática detentada por Clarín y Telefónica deja la información relevante en manos de particulares que, porái, la publican o la leen por internet. Por esa senda, el futuro post apocalíptico que tanto me atraía en Blade Runner o Fahrenheit 451 (por no hablar del Gran Hermano de 1984) está, más que cerca, ya en mi cabeza. En estas circunstancias y con este humor otoñal, mi vida al menos (no quisiera embolsar a nadie en tan incómodo espacio) se me hace un pasillo más o menos largo, cuya mejor parte resiste en los rincones más fantasiosos.
Así llegado el caso, se me hace imaginaria por el grado de desconexión con lo profuso de la realidad. Así, por esa oscura senda, mi cinismo o mi pereza veía la vida académica en Heidelberg como un buen lugar para esperar el final, sea éste estruendo o gemido.

(Desde ya, me voy a poner las pilas, porque si no con este humor no la voy a pasar bien.)

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