Mi amiga Carolina, supongo que sonriendo y agitando la mano con dedos en montoncito, me pregunta qué se me dio por Heidelberg. Lo pienso y sé que no fue algo específico con esa ciudad, aunque ella tenga para mí ciertas remembranzas de historias oídas sobre burgos medievales. Es que, a través del relato de Rodrigo, vislumbré eso que suele llamarse –sobre todo si se vive en un pasillo– “ancho mundo”: otras ciudades, su marcación histórica, su función dentro de un contexto más amplio. Y a partir de ahí empecé a derivar a lo loco, hasta caer en mi inevitable comparación con Buenos Aires.
Habíamos hablado de Ginebra, por ejemplo, una próspera ciudad a orillas de un lago, sobre cuya orgullosa liquidez se renueva un chorro que bien pudiera ser de champán.Allí, un abogado en jefe gana cinco, siete millones de euros anuales, muchos tienen veleros y, a veces, también mucho frío. Es un espejo cuyos productos son relojes y dinero. En sus calles, en el lado oscuro de su luna (quiero decir: hasta las personas más caretas la consideran una ciudad aburrida), se hace real el temor de muchos porteños que no viajamos a Europa: allí, efectivamente, no hay kioscos. Y sus trabajadores pobres, a cuarenta minutos de tren, viven en Francia.
En la historia de Geo creo ver cómo Amsterdam se ha vuelto, digamos, menos receptiva con el extranjero, en contra de su propia historia, pero acompasadamente junto con Europa toda. Por su parte, Estrasburgo, símbolo de la reconciliación europea, acoge laboratorios cuyos jefes son adictos al trabajo, y no tanto al trabajo de la búsqueda de conocimiento sino de la obtención de resultados, sobre todo, publicaciones en revistas del rubro. El Estado benefactor de la Unión Europea es menos pródigo que el alemán de pura cepa.
De modo que, si uno quiere desarrollar una visión personal de su objeto de estudio, disponer de tiempo, al parecer, lo ideal es Heidelberg: universidad fundada en pleno medioevo alemán, en una ciudad que sigue su ritmo. La representación que yo me hice es: libros y tabernas.
De todos modos, como vida imaginaria, la de Heidelberg sólo funciona si uno estudia ciencias naturales o sistemas formales como matemática o física especulativa. Si uno quiere intervenir el mundo y no sólo explicarlo, el tema ya se complica.
En Europa (en la “vieja” al menos), con un campo homogéneamente subvencionado, las ciudades van adquiriendo un carácter propio, dado por las condiciones tan prósperas como estables. Privilegian sus "ventajas competitivas", tejen el entramado de la unificación europea y ganan cierta autonomía respecto de sus Estados nacionales (Barcelona en Cataluña y Bilbao en el País Vasco parecieran confirmar esta tendencia).
En nuestra América, las ciudades funcionales se dan poco. Hay un país, un estado, una ciudad capital y mucho campo en latifundio. Sin embargo, en Brasil también hay ciudades-función, Brasilia es todo un ejemplo, donde la abstracta planificación precedió toda su construcción. De tal modo, uno se lleva un chasco si espera ver un Congreso clásico en Brasil.
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Y si uno quiere ver una catedral así verá una asáEl hilo que ató toda esta deriva, es la capacidad de las empresas -asociadas o no a un Estado- de transformar nuestro espacio, reconvirtiendo las referencias por entre las que nos movemos. Por ejemplo, yo ahora me ubico más entre las parejas calles del Palermo que todavía se llama Viejo. Pienso: ¿Arévalo? A sí, esa donde están construyendo un bruto hotel donde antes había un bruto edificio abandonado (una escuela, creo). Por otro lado, comienzan a abundar las pintadas delante de las construcciones que dicen: "Aquí demolieron nuestra historia". (Volveré sobre este triángulo entre progreso, especulación inmobiliaria y planificación urbana.)
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