Pienso –digo... deseo–: el que viene será un buen año. Para las mayorías argentinas, económicamente al menos, será mejor que este. Los 180 pesos por hijo lo tornan irreversible.
La inflación, sí...
Los nubarrones que se ciernen sobre la política del próximo año no son soñados. Abel Posse como ministro de Educación de Macri es un ostentoso ejemplo de eso: el retorno de lo reprimido.
La inflación, sí... Es un problema. Si bien un problema que la puja gremial torna predecible, superable. Siempre suele faltar un resto, el pucho, pero algo se termina resolviendo. En general, con la tranquilidad ganancial de los pocos privilegiados. A veces, con la reconversión del gasto de las mayorías.
Las menos, con un año, o dos, de felicidad popular.
Claro: para que esto no pase más, están los Abel Posse, que ofrendarán –por pura ideología y vanidad– su venal cosecha de laurelitos en las manos del gobierno más destructivo del pasado postdictatorial. Ni el de De la Rúa –cuyas condiciones sólo podían empeorar– fue más destructivo que este gobierno bianual de Macri; cuyas condiciones parecen mejorar mientras sigan disolviéndose la estructura del Estado.
El macrismo es el machete, la motosierra, la retroexcavadora; es el desbrozador de la dominación capitalista en Buenos Aires. Abre camino. Hace campo. Y que florezcan los negocios.
No pasarán.
Coda. Suele decir Asís que Néstor chocó la calesita. Ahora, sabiendo que cada vuelta, en Argentina, duraba apenas siete años, ¿no era mejor chocarla nomás, al menos como para hacer política de Estado?
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