Fijado como el culo a la ley del menor esfuerzo, Mauricio Macri invita al todos los ciudadanos a participar en la tarea –en principio ad honorem– de vigilantear a los empleados municipales (a quienes a su vez ya les había cursado la misma invitación).
Es cierto que el luciferino tridente Palacios-Montenegro-James arde un poco menos hoy. Sin embargo, el núcleo sobrevive y, en él, el verbo macrista enciende miles de pares de ojos que, de pronto, ven su misión: denunciar. Denunciar uno mismo, dejar de delegar; el Estado no se puede encargar de todo, porque además es muy corrupto. Nosotros, no, los ciudadanos PRO. O nuestra ecuánime política laboral: “Si me jodés te echo”.
Control, de esto se trata. De eso y de lo que dijo la doctora Lucía Quiroga, la jefa de área del Borda que echó a dos concurrentes que denunciaron la situación: “El problema del hospital es básicamente la deficiencia edilicia”. Ese es el otro gran punto.
Lo demás son contingencias, meras etapas de la política desmanicomialización macrista, consistente en destruir un gran establecimiento estatal para abrirles el mercado a muchos pequeños manicomios privados. Lo mismo que viene haciendo con la educación pública porteña.
Pero el punto es la cuestión edilicia, inscripta –desde ya– en el negocio inmobiliario, horizonte de buena parte de la construcción macrista.
Porque con el negocio inmobiliario se ejerce de paso un control del territorio por medio del valor de la vivienda, cerrando así el círculo virtuoso de la derecha: lucro y control.
¿Hasta cuándo?
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