Vine a mi casa materna a ver a mi madre y a mi abuela, que anda un poco caída, con sus casi 94 años. Es que ella es del 16, de cuando el corralón seguro ya opinaba: yrigoyen, de cuando Borges aún no era gorila.
Mi vieja, en cambio, es del 47, y en ese tiempo el corralón sólo opinaba perón.
Mi hermana está laburando, de docente.
Mi viejo…, bueno, mi viejo ya no está. Fue arrasado primero por quienes le dieron el golpe de Estado económico a Alfonsín; y después por m*n*m, y después por De la Rúa. Todavía sigo llorando porque él, mi viejo, no haya podido ver a Boca bicampeón en Tokio ni el helicóptero que se llevó a la lacra.
Hoy es un día feliz.
Hace unas semanas comíamos Malala y yo unas pizzas en Triunvirato y Olazábal, con un amigo, su novio y su hermana. Ella decía que la Ley de Medios no estaba mal, pero que hubiera preferido la asignación universal por hijo: “Pero bueno, kirchner… hay mucha gente que no sabe lo que hizo en Santa Cruz, mucha gente que no conoce lo que hizo”. Espero que, hoy, esa mujer esté al menos la mitad de contenta que yo.
Ayer me perdí, como siempre, el sketch de Carrió: la mejor reforma política es la asignación universal. De modo, que espero también que Elisita, hoy, ahora mismo, esté tan contenta como yo; que ella también esté contenta, ella, que hasta hace unos días auguraba nuevamente momentos aciagos en el país, por diciembre, el mes en que millones de argentinos menores de edad cobrarán su asignación universal.
Gracias, Fernández. Gracias, Aníbal, y gracias, cristina (cristina, en versalitas, porque la suya será la quinta presidencia que cumpla su mandato, democráticamente.
Insisto: democráticamente.Y con amor.
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