La diariera me miró desconcertada. Ella pone todos los diarios ahí, casi en el piso, desplegados en abanico. Siempre se ve qué diarios hay, pero la única tapa que se ve completa es la de Clarín. Yo esperaba el subte y, como siempre, le echaba el ojo a lo que se puede ver, o sea, la tapa de Clarín y la media tapa de arriba de La Nación... y bueno, se me escapó una solitaria carcajada que rápidamente fue cubierta por el ruido del tren que ingresaba al andén.
Me anoté la tarea para la vuelta al hogar, ¿cómo dejar pasar esta joya?
Entonces, en esta tapa tenemos el campo y tenemos los productores. Tenemos los cuatro jinetes de la mesa de enlace y los 50 caraduras que se juntan a agredir (que no a escrachar, porque escrachar es otra cosa) a fucionarios elegidos democráticamente.
Algunos agresores ya han sido identificados, algunos son integrantes de listas opositoras, otros son dignos representantes de una nueva clase social que pretende seguir cobrando rentas extraordinarias sin mover un dedo.
Y como siempre, el lenguaje no puede saldar las diferencias de la realidad: el campo, o sea la mesa de enlace, no representa al campo, estos productores subidos a la loca gira de la soja que atenta contra la soberanía alimentaria del país.
Y este campo enunciado por Clarín (y repetido hasta el hartazgo en miles de hogares cuyo discurso se formatea desde TN) no se puede retractar de los ataques sin poner sus peros, salvedades, dimes y diretes, porque esto implica hacerse cargo de que no representan a todos y de que a los pocos que representa tampoco los puede controlar, o más bien no le interesa.
Pobres los que se dedican a la agricultura familiar, que de ellos no se habla casi nunca.
Y lo de Chemes... lo de Chemes no puede ser.
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