Hace ya tiempo que conversamos con Matías. Es que somos amigos, además de razonablemente delirantes. Una vez que se embaló mucho con el tema de meter un avionazo (o cualquier otro instrumento explosivo) en el parque nacional donde vive el oso Yogi, enterado como estábamos de que su superficie viene subiendo de a centímetros año tras año, acumulando presión y sedimentos de todo tipo que, más tarde o más temprano, en una probable erupción, se disiparán por la atmósfera hasta cubrir la mitad de Estados Unidos. (Georgina, en cierto ritornello de este tema, una vez acotó: “Más que hacerlo reventar lo que hay que hacer es ponerle un tapón”. Y todos quedamos muy conformes con tan certera modificación en tan inviable plan.)
Por otro lado, días atrás nos abocábamos al punteo de los dos o cuatro grandes modos del fraude económico nacional. El vaciamiento y la liquidación de empresas públicas (que es un poco tosco, porque sólo en casos aberrantes como el de Aerolíneas puede ser repetida una y otra vez la misma manganeta). Otro, parecido, es el vaciamiento de empresas privadas al modo del Grupo Exxel, enriquecido por licuar la ganancia de sus empresas recién compradas en el opaco trasfondo de deudas millonarias tomadas para la compra y la expansión, hasta que por fin los números no cierran, y entonces se bajan las persianas y listo: todos contentos.
Podríamos haber seguido chapuceando sobre distintas formas del defalco (el crimen preferido por toda burguesía feliz), pero para no ahondar, terminamos con la mejor de todas: la modificación total del sistema monetario, que surge con inflación y control de divisas en manos de grandes jugadores privados, se sostiene con el funcionamiento noche y día de la maquinita de hacer guita y termina con la aparición de un nuevo signo monetario definido a imagen y semejanza de los ganadores de la crisis.
Pero ya: por fin estamos entrando en colapso; y en esta experiencia de umbral que nos regala la globalización socializante (de las pérdidas, desde ya), podemos observar –con la ilusoria tranquilidad del colchoncito– por qué nos fueron objetadas, durante décadas, “la maquinita” y la “intervención estatal”. (“Podemos observar” es un decir: si hay tantos orondos en su opción por la ignorancia ostentando su tilinguería, es porque desean, a mansalva, no sufrir por el desastre en que están metidos hasta el caracú, y que tanto ha contribuido a su éxito personal.)
De modo Yellowstone no reventó, pero a Wall Street le queda poco hasta mostrar el rostro cabal de su decrepitud. En tanto, Bush, tal es su usanza, quiere echarle 0,7 billones a la caldera, a modo de nafta y de tapón (sólo para salvar a los responsables de la debacle). Es como el blindaje y el megacanje todo de una y multiplicado por un montón. Ni los republicanos se la bancan, porque saben que muchos quedarán de ese modo con el orto mirando a la Meca y prefieren evitar la fatiga.
Por lo demás, Argentina hace los deberes para volver a estar en ese recinto que parece caerse a pedazos. Festejemos que todavía estamos lejos (ya que mañana podemos estar dentro).
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