En plena gloria del crepúsculo menemista, recuerdo haber charlado con un compañero de la facultad, que me decía:
–Está buena Godzilla, es del mismo director que Día de la independencia.
–¡Ah, qué bueno! Ahora me quedo mucho más tranquilo... –le respondí.
–Pero no, en serio: esta no es tan fascista como Independence Day –concluyó.
O más bien me callé yo, ahíto de certezas respecto de que los juicios estéticos –los gustos, digamos– se sustentan cada vez más en palabras clave que vienen depreciándose a pasos monstruosos, como los de Godzilla diríamos.
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Hace unos días corregía una entrevista a Spinetta, en la que decía: “[Además de] que puteo a algunos músicos, por el tema de hacerse los boludos. Se olvidan de que no somos tarados y de que tenemos que escuchar algo maravilloso, y no una porquería que la vengo escuchando desde que tengo 4 años y ya la detestaba en ese entonces. Por más que ellos sean talentosos, algunos temas de los Baba parecen de El Club del Clan”.
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Zappineando el otro día, nos cruzamos con Malala con La supremacía de Bourne, la segunda película de la trilogía, en la que el contacto de control europeo de los letales agentes Treadstone es una chica que se hace pasar por una cándida estudiante yanqui.
Unos días antes, había leído –en la revista que corrijo– una crítica que ninguneaba la verosimilitud de la saga, mientras alababa la última película de Bond. Een fin...
Tiempo después, tuve en el laburo un reencuentro al paso con una amiga, que me dijo:
–Ah, y además le estuve dando clases de español a un marine, en [cierta universidad del conurbano ubicada en el noroeste del primer cordón].
Yo, por la impresión, sólo atiné a arquear las cejas.
–Bah, en realidad le di apenas dos clases, porque después me cansé... no sé... el hastío o el miedo... instilado por su forma marcial de ser y pensar.
“Están acá –me convencí nuevamente–, entre nosotros. Sería obtuso negarlo. Hace rato...”
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La segunda parte de Matrix es una película apenas menos abominable que la tercera, que por cierto no vi, así que tampoco me voy a poner a ahondar en el tema. De todos modos, acaso por el cálido aliento que todavía irradiaba en mí la primera, al verla le encontré cierta gracia a una mera escena. En un momento,
Desde ya, dicha respuesta tiene mucha menos épica que la pretendida por la saga, pero al menos le otorga ese rasgo verosímil (o al menos realista) que tanto se echa de menos cuando uno mira cine yanqui. Y, en cualquier caso, el hecho de que –en ese mundo–
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