Por lo que he visto en mis primeros 34 años, toda política de hechos consumados depende de una forma ya consumada de comunicación. Por ejemplo, así titulaba Clarín/Clarín Digital el primer lunes de diciembre de 2001, día 1 del corralito: “La historia secreta de cómo Cavallo y Liendo armaron el plan”. “Claves para entender mejor el nuevo plan.”
Pero los hechos consumados –las versiones definitivas– sólo encuentran su espacio en el pasado. Ya de las sociedades, de los cuerpos o de los textos. De los titulares de los diarios (y más aun los de sus versiones digitales), por el contrario, es el reino del presente, del día en curso, de la hora.
De modo que los titulares que refieren hechos consumados –consecuencias alienadas de sus causas– son la cabal anulación de su putativa y fugaz actualidad. Constituyen, en definitiva, la (lingüística) pragmática de los medios hegemónicos, cuya función no es referir la causalidad histórica ni la intrínseca excepcionalidad del presente sino cuadrar, conformar, hacer más lucrativa la masificación, reafirmando lo indefectiblemente catastrófico de su deshistorizada visión histórica.
¡Noticias de ayer, extra, extra!
¡O de mañana! Por ejemplo, hoy:
* “Bolivia: postales de la división de un pueblo”
* “El gobierno boliviano denunció un atentado contra un ministro” (y recién en la bajada: “El vehículo oficial en el que viajaba Juan Ramón Quintana fue baleado en la ciudad de Trinidad”)
No “Postales del conflicto boliviano” o “El pueblo boliviano lucha por su democracia (o por su dignidad o por su autodeterminación)” o hasta incluso “Tensión y denuncias en Bolivia”. No. Mejor es ir preparando la aceptación de un resultado. Después se verá cómo se llega a él.
Qué habrá pasado para que no titularan: “La crisis causó 2 nuevas muertes en Bolivia” o que fueron los militantes de Evo quienes asesinaron (tal como acusaron a los chavistas en el frustrado golpe de 2002).
La información debe dar cuenta del conflicto y no pretenderlo ya resuelto, con implícitos vencedores y vencidos. Los presidentes deben, en cambio, optar por un discurso de hechos consumados, cualesquiera sean sus bases argumentales, de modo que su accionar político adquiera rasgos de autosuficiencia y justicia para el conjunto de la población.
Ejemplos: el portento lingüístico de Menem para denominar lo que otros conocían como “corrupción”: “Es la casualidad permanente”. O el de Videla el 13 de mayo de 1977, sobre los que no tenían entidad: “En nuestro país han desaparecido personas. Esa es una tristísima realidad, pero que objetivamente debemos reconocer. Tal vez lo difícil sea explicar el porqué y por vía de quién esa personas han desaparecido”.
Al otro día, el gran diario tituló: “Videla habló en Caracas de la situación nacional”.
Hechos consumados.
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