02 agosto 2008

Pongamos que hablo de Morís

Harto hastiado de tanta victoria sobre el fracaso, mortalmente aburrido del éxito, pero también un poco vacío por no encontrar nada a que dedicar sus esfuerzos en un contexto ya inmejorable, él, como cualquier hombre de mundo que se afianza como hombre de Estado, decide dejar atrás las fronteras de su competencia dándose a conocer, más allá de su horizonte, cómo vive ese mundo asombroso que prescinde de su benéfico influjo. Chile, por ejemplo.

Una vez cómodamente instalado allí, él sólo reconocerá la diferencia radical que separa a Argentina de Chile, donde la Presidenta es respetada por la gente en virtud de su incesante búsqueda de consensos, no como la nuestra, a quien “la gente le exige un cambio”, mientras que él, inclinado al bien desinteresado, le aconseja “que deje de confrontar, deje de aislarse, y empiece a tratar de generar consensos y abrirse un poco a escuchar a otras alternativas”. En definitiva, que siga su ejemplo, como cuando generó el consenso necesario para que la Legislatura le aprobara un endeudamiento deficitario de la ciudad por 1600 millones de pesos o como cuando se abrió, a fuerza de veto, de los consensos legislativos que votaron las leyes para la producción estatal de medicamentos o para limitar la construcción de torres en el ya colapsado Caballito.

Pero una sola persona no puede cambiar el mundo. Y por eso es enorme la satisfacción –el alivio, incluso– que le produce constatar que en otros lugares también existen grandes hombres, como él:


–¿Y usted cree que Sebastián Piñera puede llegar ser el próximo Presidente de Chile?
–Yo creo públicamente en el liderazgo de Sebastián Piñera. Me genera mucho respeto su trayectoria, su capacidad personal, esa energía que tiene que es arrolladora. Basta estar un rato con él para ver que es un terremoto permanente, así que creo que en un Chile que viene creciendo, que viene siendo muy exitoso, el liderazgo debe ser muy desafiante para poder continuar y generar nuevas metas. Y Sebastián reúne esa personalidad.


Tal es el regocijo por que le genera esta inusual correspondencia, que se sabe autorizado para adelantar las futuras decisiones de su gemelo moral:


–¿Tiene que dejar los negocios?
–Cuando él sea Presidente tomará licencia y como tiene empresas organizadas, sus directorios mandarán y él se abocará con el trabajo de Presidente (que) es un trabajo de 24 horas.

–¿Y como candidato?
–En la candidatura por ahí también. La campaña es una demanda demencial de tiempo así que seguramente ya empezará su proceso de alejamiento definitivo de las empresas.


Porque la delimitación entre función pública y lucro privado no es un problema cuando se terceriza la burocracia ejecutiva de su patrimonio y las deja en manos de sus directorios, sino la demencial contrición al trabajo que demanda la función pública, desde la misma campaña electoral, cuando hay que ir a la villa, sacarse fotos con pobres o cantar canciones en un inglés de mierda. Entonces, una vez resuelta la cuestión operativa de las empresas personales, el temita ese de la incompatibilidad de funciones puede ser tratado con la cínica sinceridad de la impunidad:


Ambos han sido blanco de las críticas por su condición de empresarios. ¿Qué opina al respecto?
Me parece que está muy bien porque uno se enriquece con ambas actividades.


Te pasaste Petronilo, pegá la vuelta, la Argentina te queda chica.

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