“Dont’t you cry tonight”, atruena Axl desde los parlantes del jardín de invierno, hasta que una parte rebota en el cerramiento y llegan otras hasta la terraza, la vereda y, claro está, acá dentro, la casa de atrás, donde vivimos Malala y yo.
Al menos uno de los pichones de los vecinos ya ha de portar pelo apelusado en las bolas y, se sabe, junto vienen unas irrefrenables ganas, ganas no se sabe muy bien de qué, pero de seguro irrefrenables. Mientras en la terraza algunos de los teens estarán pensando como entre pliegues en ternuras y durezas, otros saltan sincopados, ahora, al son de “en bicho, en bicho yo me convertí, un cocodrilo soy...” y se me hace que, como siempre, alguien habrá prendido a un vaso o a un sanguchito, o a otras ternuras o durezas.
Mientras volvía de comprar un par de cervezas, un montoncito de progenitores se amuchaba en torno a la puerta de entrada. Ya sobre la calle, titilaban los guiños de no pocos modelos familiares, alguno con una mujer que tal vez impaciente miraba hacia la puerta. ¿Por qué estarán ahí afuera? ¿Expulsados por el trasvasamiento generacional? ¿Presionando al anfitrión a franquear sus puertas a ellos también?
Mientras escribo los parlantes hacen sonar marcha.
Por otro lado, volteretas de mente, viene a mí el post del Ingeniero que habla de las internas del peronismo bonaerense para el 30 noviembre. Y, mientras escucho otro tema ("Mi vecinita tiene antojo"), evalúo cuánto podrían tener que ver con ellas (con las internas) los actuales (y los próximos) asesinatos massmediáticos.
–De lo más heterodoxa la selección musical, ¿no? –me dice Malala.
–¡Uff! –exclamo y sonrío.
Después de una larga semana de mudanza y trabajo, acaba de empezarme el fin de semana largo.
Don’t you cry tonight, no ahora que empezó la cumbia.
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