Ya han pasado diez días desde que la Presidente decidiera dejar en el Congreso la cabal legitimación del instrumento de política económica vulgarmente conocido como “retenciones”, cuyo verdadero nombre deberíamos conocer: derechos de exportación. Diez días en que el espesísimo clima previo viene difuminándose en miríadas de declaraciones y gestos, enunciaciones, aspectos y modos que hacen a la complejidad de la posesión y la explotación de la tierra, que emergió en marzo en forma de crisis política.
De tal modo, pudimos escuchar las exposiciones en el Congreso (en primera persona, articuladas y simples: argumentadas) de los múltiples pequeños actores implicados en la producción agropecuaria; por supuesto, también tuvimos que resignarnos a los cortes televisivos, los “volvemos a estudios centrales” que le dan ritmo una dinámica informativa que en su pretensión de vértigo escamotea su renuencia a entregar “datos puros y crudos”, esas experiencias en primera persona que al menos a mí me resultaron lo más estimulante de la actividad en el Congreso de esta última semana (eso, y la renuncia de De Urquía).
Esas voces ya se van acallando. Y ayer estuve haciendo cuentas y me parece que los números le darían al kirchnerismo para destrabar la puja con los propietarios rurales, con unas normas más o menos a su imagen y semejanza. Tal vez, tal vez, se bajen unos puntos porcentuales las alícuotas; seguro habrá más eximidos; probablemente salga una ley que aplane un poco los precios de los arrendamientos de los pequeños productores (supuestamente en detrimento de los pools de siembra).
Sin embargo, el párrafo previo sólo tiene validez en el caso de que el kirchnerismo tenga ya: a) cierto control de la instancia parlamentaria y b) un plan que apuntale la continuidad del gobierno de Cristina Fernández. El control parlamentario pareciera estar más o menos asegurado, al menos eso es lo que induzco cuando leo que
Pero aun así, la salida de la crisis política es aún un proceso en ciernes y todo bien puede salir de otra manera, más wagneriana si se me permite el eufemismo. Porque si todo ya estuviera más o menos resuelto, no podría explicarme ni la retahíla de rabietas mediáticas por hechos reales (como las carpas) o imaginarios (como la puñalada en la carpa verde) ajenos a la sustancia del debate ni el monótono carrusel de impugnaciones en nombre de la democracia en boca de líderes tan representativos como Gerardo Morales, Pinedo, Rodríguez Larreta, Schiaretti o algún dirigente de la ruralidad al palo. Tengo para mí entonces que toda esa vocinglería dispersa (enmarcada al instante, o hasta incluso un poco antes, por los dos o tres conglomerados mediáticos, que luego la repetirán y ajustarán a discreción) podría ser, en un futuro próximo, escoria de la historia; pero también puede estar operando ahora mismo como sedimento de lo venidero, como acuciantes valquirias que anuncian una próxima y ubérrima restauración de la expansión latifundista (seguramente asociada, como siempre, a la injerencia del Águila en la política nacional, Águila que a mediados se julio se dará una vuelta por estos pagos).
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