Si recién nomás se me hubiera retirado mi más reciente subidón kirchnerista (es como un sugar rush, gordo, pero mucho más nac&pop, ¿me entendés?), y con él se esfumaran mis más recalcitrantes convicciones democráticas (¡a flor de piel!, en pleno siglo dieci… veintiuno!), también se alejaría de mí buena parte de ese impulso vital que tan despierto me tuvo durante los últimos días y que tan en vigilia me tendrá durante lo venidero (la angustia en el instante poliniza su futuro).
Tal vez hubo un tiempo que fue hermoso, tal vez. Y tal vez porque muchos creyeran que la sujeción a este presente próximamente rompería sus cadenas. Tal vez. Y si insisto en la duda es porque sé que toda predicación mía respecto de ese pasado nunca dejará de ser un collage de recuerdos ajenos y huellas por interpretar. Sin embargo, no puedo dejar de sospechar que, tiempo ha, las ansias de reparación histórica (“redención” le dicen los místicos) estaban mejor encauzadas que ahora, justo ahora que son más urgentes.
En el terreno de la necesidad, nunca es triste la verdad porque nos une el espanto.
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