¡Qué silencio, Caballito!
Y de pronto sí, te largás. Y llorás a moco tendido, si total... Y te sentís chiquito o un grandote boludo. Y sacás las cuentas y no te dan: que no lo conocías, que no era presidente, que incluso tal vez ni siquiera era candidato, qué boludeces.
Hasta que te acordás, si sos de lo que ya perdieron una madre, un padre, un primo, hermano querido, que el llanto es tupido recién después de entender qué era lo que perdiste, claridad que llega después del golpe, del estupor.
Cobos, hacé lo que quieras. Lo que perdura son las convicciones.
PS: Sarlo lo narra: No había nacido para viejo.
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