13 agosto 2009

Cable a tierra

El cable fue vendido, en sus tiempos, como un adelanto tecnológico, cosa que de hecho resulta una boludez. Adelanto tecnológico -al menos en cuanto al soporte- no puede ser el cableado total de una zona que antes era abastecida de señales de aire. Claro que, dirán, antes había sólo cinco señales (aunque Canal 2 -¡de La Plata! ¿se acuerdan?- no siempre se podía sintonizar), mientras que después la oferta se amplió a más de cuarenta canales. Eso también es cierto.
Sin embargo, en la comparación aire vs. cable, éste no me parece un adelanto tecnológico, sino, en todo caso, un adelanto comercial. La posibilidad de vender contenidos producidos -mayormente fuera del país- por empresas sin posibilidad de intervenir en el entramado de la radiodifusión local.
En el mismo sentido, podríamos recordar que el cable también fue vendido como el instrumento que nos haría olvidar las propagandas insertas en programas y películas. Actualmente, en la grilla del cable básico, si no me equivoco (cosa que puede ser porque la televisión me reuslta cada día más y más aburrida) sólo Cinecanal conserva aquella característica que fue presentada como determinante para la contratación del servicio de cable en los tempranos 90.
Tangencialmente relacionada, debemos considerar la profusión de señales que ofrecían buenas películas en idioma original (¡la voz de los actores!), oferta que llegó a englobar a Cinemax y HBO, hoy ya convenientemente codificadas, empaquetadas y recargadas en la cuenta básica.
Recién después aparecieron las señales porno y las futboleras.

Nada. Eso. Eso y que, desde anteayer, los contenidos futboleros salieron de la grilla de los codificados. Eso y que, desde anteayer, el servicio de cable aparece aun más como una estafa operativizada en cuotas.

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