Cada vez que la Presidenta mira a cámara o a su audiencia y articula un relato de cinco minutos, saltan los tilingos al desaforado grito de “¡Qué soberbia! ¡Qué soberbia!”. No lo pienso discutir, porque es un hecho, y eso me basta para evitar juzgar si dichos razonamientos son brillantes, mediocres o lamentablemente inconsistentes, ya que resulta evidente que lo que ofende a la pobreza argumental de los medios es la mera extensión de la argumentación articulada (“el tiempo es TIRANO en televisión”). De modo tal que los medios, que por su parte siempre reclaman autocrítica pero ni en pedo publican una sobre ellos mismos (¡Ave, Lucila Castro!), esos mismos medios que, afrentados por una elocuencia que no pueden reproducir en ninguno de los innumerables artículos de hasta 4000 caracteres que colonizan sus espacios (o notas de hasta tres minutos, o comentarios de panelistas de hasta dos), aparatean la repulsa de la Presidenta aferrados como garrapatas a una lábil condena sobre su supuesto tonito de señorita maestra.
No es un panegírico sobre la capacidad retórica de la Presidenta, es una constatación de las amputaciones operadas por los medios a la potencialmente rica producción verbal. Piedra de toque, o burro de arranque, de eso que antiguamente se conoció como “opinión pública”, hasta que esa expresión fue operada de modo tal que refiriera, no ya a la opinión de quienes tienen opinión formada, sino a lo que deciden publicar las gerencias generales de las tres o cuatro empresas de venta de contenidos (también conocidas como “medios de información”).
Tip: Los lectores competentes leen en voz alta tres líneas de 60 caracteres en diez segundos. Un minuto tardan para leer de forma silente un texto de mil caracteres.
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