Bueno, ganamos. Que Saviola jugó bien, que el Pato se puso las manos, que Heinze no sé qué. (¡Qué pase el de Riquelme, por Dios!)
Ahora: ¿cuánto más se puede hablar de un partido, de 90, ponele que 94 minutos de fútbol? ¿Cuánto? Bueno, al parecer, indefinidamente.
Es sabido: el Mundial es una peste, un mal endémico. Una enfermedad que coloniza los intersticios del tiempo y del espacio, una verborrea literalmente sinvergüenza que no se detiene ni ante la propia incredulidad de quien habla, una verborragia desbocada una y mil veces repuesta de las mil y una pérdidas de sentido que salen a su paso.
Despilfarro de movileros, corresponsales, enviados especiales, analistas invitados. Ex futbolistas, ex funcionarios menemistas, ex futbolistas actuales funcionarios kirchneristas, ex técnicos, periodistas (¿periodistas?). Periodistas rubios, morochos, colorados, anaranjado incluso, periodistas que tratan bien a las mujeres, periodistas que les pegan, periodistas que se parecen a Pablo Mármol… y palabras, muchas muchas palabras. ¿Cómo hacer cosas con palabras? Ahí tienen, un Mundial.
(¡Cabildo y Juramento! Sólo a estafermos como los programadores de TV y productores de móviles en vivo se les puede ocurrir que allí festeja la gente.)
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