16 mayo 2006

La mafia china y yo (Parte I)

Como parte de una nueva ¿sección? de colaboraciones, Adriana Mastieri (amiga de la casa) nos envía un relato prologado por las promesas y amenazas que aquí nomás siguen.

"Bueno, yo te mando la primera tanda de chino. Después sigo con el acolchado. Obvio que me siento una víctima de la mafia china. Voy a contratar una banda de yakuzas para exterminarlos en cualquier momento, por ahora sólo se salvan por la comida."

No recuerdo exactamente cuándo fue, digamos en la temporada primavera/verano 05/06, pero sí sé que el caso del chino pirómano que quemaba mueblerías por la ciudad estaba en pleno auge mediático (e incendiario).
Notamos por esas épocas que un nuevo restaurante de comida china había abierto sobre Ángel Gallardo, a tres cuadras de casa. Era un local raro, demasiado grande para un take and go pero no había mesas que invitaran a quedarse a comer. Lo que sí había era panfletos colgando en la puerta y me llevé uno, ya que el otro restaurante chino del barrio ya de chino no tiene nada (empezando por el cocinero). De modo que la novedad fue bienvenida.
Un miércoles del referido período decidimos llamar y probar la comida, serían alrededor de las once de la noche. Mejor dicho, serían las once cuando llamé, no sé qué hora era cuando terminé de tratar de hacer que el chinito entendiera la dirección y la comida que pedía, ya se había ido al carajo de tan chino que era el muchacho y de tanto no entender nada. Bueno, el asunto es que la comida tardaba, tardaba; no sé con qué nos colgamos y no llamamos para preguntar qué pasaba, pero la cuestión es que un poco después de las doce y media (dicho de otro modo, casi a la una de la mañana) vino un chinito en bicicleta con el pedido. La comida era bastante mala por cierto, se puede decir que era la peor comida china que probé en mi vida: los fideos estaban pasados, ni siquiera los pudimos terminar.
En esta instancia del relato se impone la necesidad de tomar partido: uno debe elegir entre un universo regido por el azar y tendiente a la entropía, u otro gobernado por la necesidad en el que las casualidades no son posibles. Yo me quedo con el segundo, más que nada para ponerme al servicio de la narración que me incumbe.
Lo cierto es que al día siguiente, en el noticiero matutino, nos enteramos de que el chino pirómano había sido capturado durante la madrugada, luego de incendiar -entre otras- una mueblería en Villa Crespo y otra en Caballito, movilizándose en bicicleta con su bidón de nafta. Las coordenadas eran llamativas: para hacer el camino entre la mueblería de Villa Crespo y la de Caballito, el chino tenía que haber pasado cerca de casa forzosamente. La pregunta que se imponía era: ¿cuántos chinos en bicicleta andan por Caballito un miércoles a la una de la mañana?
Así fue como supimos que entre un incendio y el otro, el chino nos había traído nuestra comida. Poco tiempo después de encarcelado el pirómano, el restaurante cerró, aunque desde adentro sigue saliendo olor a comida china.

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