23 mayo 2006

Bitácora de obra, día 1

11 horas
Desconcertada, me despierto porque la tele está prendida. Pienso que no deben ser las ocho todavía, porque me dijeron que a esa hora venían, pero suena el teléfono y es mi madre quien, entre otras cosas, me informa el horario: diez menos cuarto. Me pongo loca, pero estoy dormida y no me sale muy bien. Corto y vuelvo a la cama. Hace frío. Me levanto y me visto. Sin peinarme, voy a buscar al capataz de la obra de al lado y le pregunto si no van a venir a arreglar mis paredes. Me contesta que yo había quedado en avisarle cuándo podían venir. Le retruco que se lo dije el mismo día que pedí posponer el trabajo una semana, y que eso nos dejaba en el martes 23, o sea hoy; me mira con cara de que lo estoy cagando, pero accede y vienen a ver la pared. Me advierten que se va a llenar todo de polvo. Miro la delicada infraestructura con la que he cubierto los muebles del dormitorio y pienso que no sirve para nada. Cada cosa que quedó ahí tiene una bolsa que la cubre y rodea. Decido que es tarde para improvisar algo, que le den así nomás. Después me pelearé con todo ese polvillo (que –­hay que decirlo– en general me gana).
Queda pendiente el asunto del living. Me pongo a hacer las fundas para cubrir esas cosas, pero sólo hago la de una biblioteca y la coloco. No sé qué hacer con la tele ni con el sillón. La tele sigue prendida en Crónica.
Cada vez hay más cosas dando vueltas por todos lados.

13.30 horas
Se fueron a comer y volvieron. Bah, es uno solo. El capanga se da una vuelta cada tanto y va supervisando los pasos del obrero que está atendiendo mi pared del dormitorio. Estuve en tratativas para ver dónde paso la noche… Puede ser en lo de Hugo, también podría ser en lo de Paula. Si no pasa nada en ese sentido, me iré a lo de Ariel y madrugaré mañana para abrirles la puerta a estas personas.
(Esto es una especie de exorcismo; lo de la escritura, digo.)
Hace un rato me di cuenta de que no tengo dónde echarme. No me pasa nunca, pero ahora me está empezando a molestar la cintura y me querría tirar en alguna parte. En cualquier momento empiezo a somatizar.
La buena noticia es que van a pintar todas las paredes. Y pensándolo bien, es bárbaro que haya tenido que pasar este tema de la obra, porque viene bien la pintura: esta casa necesitaba una lavada de cara desde hacía rato. Ojalá que pueda elegir los colores. Se verá.
Hablé con la dueña de casa y le mencioné que creo que hay problemas de humedad en los cimientos. Me sugirió que le preguntara a esta gente qué onda, a ver qué les parece a ellos. Ni ella ni yo tenemos la menor idea de estos asuntos.
Las fundas del living están todas listas. El nylon alcanzó justo, aunque los 15 metros por 3,60 parecían demasiado. Todo parece esos pasillos de ET. Tendría que tener un micro por Utilísima Satelital para explicar cómo he sobrellevado haciendo fundas estas lides de la construcción.
Fui al almacén a proveerme de algunas cositas y, cuando volví, tuve que ir al baño. Ahí me di cuenta de que en ningún momento había reparado en el estado de mi cabellera: lamentable.
Compulsivamente tengo que ponerme a hacer cosas, por eso estoy gastando el teléfono a pleno, aprovechando para llamar a gente con la que hablo poco, y para llamar a gente con la que seguir haciendo esta catarsis inmensa. Me esperan unos días bravos, parece…
El muchacho ahora está poniendo material sobre los ladrillos. ¿Liquidará el tema del dormitorio hoy? Ojalá que sí. De todos modos, esta casa es invivible en este estado.

15 horas
Voy a dormir a lo de Germán. Él estaba apurado porque tenía que salir a laburar y me dejó en negociación con su madre, que me informó, para mi beneplácito, que tienen un cuarto para mí y que no hay ningún inconveniente en que lo use.
En la perspectiva de tener que usar la casa de otro –uno/a que viva cerca, porque mañana hay que estar acá temprano­–, esta solución es la mejor. Pensaba en si tuviera que ir a alguna casa de mi familia, y ese cuadro no me agrada.
Todo está lleno de polvo: los pisos, las cosas, mis uñas y mis pelos.
De repente, me doy cuenta de que tengo que hacer una cantidad de tareas:
-Remendar unas prendas que adoro y que he ido juntando en una bolsita, que apareció cuando me puse a organizar esta movida de la obra.
-Llamar a un plomero que haga una revisión de las canillas, porque hay un par que pierden.
-Cuando estén pintados los cuartos, voy a tener que pintar el patio, porque si no va a quedar desprolijo.
-Habrá que evaluar cuál es el estado de los pisos luego de todo este asunto.
Ay, falta tanto para decir que la casa está en orden.
Hablé con la gente de mi oficina. Me van a mandar cosas para que labure acá en casa. Mejor, así tengo algo que hacer en lugar de desesperarme porque las paredes se me vienen encima y no tengo donde recostarme.

16.30 horas
Vino el arquitecto. Me dijo que se va a trabajar como a mí me convenga. Entonces, mañana no se madruga. Con el estándar de levantarse a las nueve, todo queda más o menos bien, así que me voy a dormir a lo de Ariel y a la mañana me vengo a abrirles la puerta.
Ahora ya son dos las personas que, agarradas de sus fratachos, andan cicatrizando lo que uno de ellos tiró solo. No sé cuánto va a tardar en secarse. El arquitecto me mira, después gira hacia la pared y sentencia: “No menos de quince días”. ¡Quince días!

17 horas
Hay exilio de baldes y utensilios de trabajo. Están barriendo. Ya dejan mi dormitorio. Parece que la obra sigue mañana.

Nota mental: Para el futuro quiero un mayordomo que se ocupe de todas estas cosas. Ojalá que la fortuna que estoy amasando me lo permita.

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