Salta, 31 de agosto de 2009
En Tolar Grande viven unas 200 personas. Para llegar desde San Antonio de los Cobres hace falta una camioneta 4x4. Por ese motivo, más la distancia, las excursiones son bastante caras.
[fuego en el cerro Macón: el atardecer en Tolar Grande]
El guía que nos llevó a San Antonio de los Cobres nos había dicho que los hombres de estos pueblos trabajan en la minería y que es por eso que no se los ve. Están una semana de cada cuatro en su casa.
Llegamos a Tolar Grande con la excursión que ofrece el propio municipio, que dispone de dos camionetas. Lorenzo fue nuestro guía; un hombre de pocas palabras, pero rendidoras. Allí, los que no trabajan en la minería trabajan en el municipio.
El trayecto fue de unos 280 kilómetros de paraíso mutante. Sí, el paisaje, cada tanto, se daba vuelta, se encrespaba, se estiraba, se teñía, se mezclaba.
[lluvia de color: camino entre Salta y San Antonio de los Cobres]
[escala de grises: camino entre Salta y San Antonio de los Cobres]
[ruinas preincaicas de Tastil, camino de Salta a San Antonio de los Cobres]
[camino entre Salta y San Antonio de los Cobres]
[viaducto de La Polvorilla, cerca de San Antonio de los Cobres, en camino a Tolar Grande]
[Los Colorados, en camino a Tolar Grande]
[Los Colorados y mi sombra]
El pueblo existe desde la década del treinta, fruto de la llegada del ferrocarril... el ahora conocido como Tren de las Nubes. El servicio se interrumpió en 2005, pero hace poco tiempo el tren empezó a llegar de nuevo, una vez cada tres semanas. Antes transportaba pasajeros y ganado; ahora, cereales. Puede ser que para fin de año vuelva a subir pasajeros. Junto a las vías están los corrales, testigos del pasado cercano.
[mañana fantasmal en las vías del Tolar]
¡Lo lindo que sería llegar a Tolar Grande en tren! Yo no recuerdo haber visto lugares de tanta hermosura, tan llenos de colores, tan sin gente, tantos miles de marrones y rojos, tanto de todo en medio del desierto, la puna.
Bueno... el Tolar.
Habíamos llegado a San Antonio de los Cobres con un guía jujeño residente en Salta, un hombre urbano de provincia. En San Antonio nos esperaba Lorenzo, “el hombre de hierro” fue el alias que usó el guía que nos devolvió a Salta. Lorenzo ha hecho varias expediciones al volcán Llullaillaco y su destreza se destaca a la hora de andar por el salar o subir una cuesta.
[Lorenzo en la apacheta del Cono de Arita]
La travesía fue agotadora, llegamos muertas y dormimos como bebés.
A la mañana siguiente fuimos a ver los ojos de mar que están en las afueras del pueblo, en el salar. Había, según creo, tres; sólo vimos dos.
[explosión caribeña: ojo de mar]
Lorenzo nos cuenta que hace muy poquito descubrieron unos fósiles vivientes en esos ojos de agua salada. No termino de entender si son restos de otras épocas o están vivos; me atajo y pregunto: “Perdón que parezca Susana Giménez, pero ¿vivos?”. “Así es, vivos”, me responde Lorenzo, se sonríe y muestra todos sus dientes y algunos restos de coca, que masca permanentemente.
Además de ser referencia geográfica del hallazgo arqueológico de los Niños del Llullaillaco, Tolar Grande es candidato a que allí se instale –sobre el cerro Macón– un observatorio astronómico, un telescopio para el estudio de agujeros negros. Los otros sitios candidatos están en Chile y las Islas Canarias.
Entonces, Tolar se va cada vez más para arriba.
Los ojos de mar son increíbles, el salar produce agua y ahí, en medio de la puna, entre los infinitos marrones y rojos, surge un turquesa casi caribeño. Las paredes, los bordes, son de sal, sal que parece un coral blanquísimo.
[coral andino: ojo de mar]
Esa sal de coral en realidad son estromatolitos. Los estromatolitos forman parte de la cadena de creación de la vida, ya que hace 3500 millones de años fueron los responsables de generar el oxígeno de la atmósfera y de la capa de ozono. Son organismos que producen oxígeno por fotosíntesis pero, a diferencia de las plantas, casi sin nutrientes. La bióloga María Eugenia Farías, directora de la investigación que desembocó en este hallazgo, encontró estas colonias hace escasos quince días. La semana pasada salieron notas en El Tribuno.
La tapa de El Tribuno del miércoles 26, entonces, me convoca por más de dos cosas.
Volviendo a los estromatolitos: si bien existen algunas colonias en el planeta (no tengo en claro si vivas o muertas), éstas son únicas, no sólo por estar vivas sino por su ubicación entre los 3000 y 4000 metros de altura. Expuestos a radiaciones solares intensas, altos índices de UV, con poco oxígeno atmosférico y escasísimos nutrientes, allí se reproducen algunas de las condiciones primigenias de la Tierra.
La información anterior nos fue directamente referida esa misma noche por la mismísima María Eugenia, en el refugio municipal del pueblo, donde estábamos alojadas.
Rebobino el sábado 29: a la mañana vimos los ojos de mar y el arenal, que son cercanos al pueblo; a la tarde recorrimos unos ciento y pico de kilómetros a través del Salar de Arizaro y visitamos el Cono de Arita.
[ojo de mar]
[el arenal]
[vista del Cono desde las minas de Arita]
Llegamos cansadas y felices, y fuimos a cenar al comedor de Lorenzo. En el pueblo hay tres comedores, pero nosotras finalmente le compramos todo a él. El sábado empezó a llenarse de gente. No es muy difícil llenar un pueblo donde viven 200 personas. Al día siguiente el refugio, el albergue y las casas de familia iban a estar colmadas por los visitantes que todos los años se congregan para cerrar el mes de celebraciones de la Pachamama. Hoy, lunes 31, es la gran fiesta, que culmina mañana al amanecer.
En el ir y venir de personas, aparece en el comedor una mujer de campera roja, acompañada por un hombre más grande. Era la bióloga. María Eugenia Farías es cordobesa, reside en Tucumán, tiene 41 años, es madre de tres hijos y es la investigadora responsable del LIMLA (Laboratorio de Investigaciones Microbiológicas de Lagunas Andinas).
Más tarde, en el refugio, conversamos con las personas que ese día habían empezado a poblarlo.Una catalana y un alemán, junto a su guía, que tenía un ejemplar del diario del miércoles dedicado por la científica. El alemán era astrónomo y su mujer, Montse, artista plástica. Venían de un congreso de astronomía en Río de Janeiro. Él, Uli, era integrante del organismo que planifica la instalación del telescopio que mencioné antes. Y, para ser alemán, hay que decir que era de lo más agradable. Ya había estado varias veces en el Tolar, pero su mujer no, así que estaban de paseo. ¡Ya no se podía creer todo lo que allí estaba pasando al mismo tiempo!
La velada fue amena, se sazonó con vino, fernet, pistachos y chocolate suizo.
Luego de la explicación detallada de María Eugenia, le confesé que mi hallazgo del congreso de sida habían sido ella y sus estromatolitos. Contó que fue a Salta para unas conferencias de prensa que le habían armado luego de la publicación del descubrimiento y que en el hotel Alejandro I se había encontrado con los pósters y los había estado leyendo: “Vos viniste por el sida y te encontraste con los estromatolitos; yo vine por los estromatolitos y me encontré con el sida”.
María Eugenia nos mostró fotos del viaje que hizo en febrero a la laguna de Socompa. Y de las jornadas reveladoras de hace quince días, cuando con un becario de doctorado del laboratorio se confirmó la presencia de esos organismos, sí, vivos. Las fotos: ella ataviada de buzo, con un traje evidentemente masculino (“no hay mujeres que hagan esto”); ella flotando en el ojo de mar, tomando fotos y muestras; el equipo de filmación de Canal 7, que la siguió en esta vuelta para hacer un documental que se emitirá en noviembre; ella chayando con los lugareños; y los estromatolitos, fotos del turquesa de la puna, la maravilla rodeada de desierto igualmente maravilloso.
Estaba exultante, hablaba con pasión y con emoción porque no podía describir la alegría que le había dado semejante descubrimiento, bromeaba acerca de la clase que estaba dando. Nos contó que los estromatolitos hacen que se precipiten los minerales, que con el paso de miles y miles de años sedimentan en piedras, cuya composición va variando de acuerdo con las condiciones ambientales de cada momento. Nos mostró una foto frontal de las paredes de los ojos y trajo una piedra de la camioneta: eran la misma cosa, una viva y la otra fosilizada. Los perfiles eran similares y ahí estaban, apiladas, las eras geológicas. La otra cosa de que me enteré es que el agua de los ojos de mar está allí desde siempre, desde hace miles de millones de años, no se evapora, no se filtra, jamás ha salido de ahí. Me impactó asimilar que nada había estado nunca tan siempre como eso. Grosso, muy grosso.
Contó que uno de los del equipo de filmación ideó un corto, que se grabó en una mañana. Un hombre bucea no sé por dónde, pero cuando sale del agua está en Tolar Grande. Nos dijo que buena parte del pueblo participó de la filmación.
La bióloga, fascinada, relataba aceleradamente y nos transmitía su excitación.
Cuestión que hace quince días, cuando confirmó el hallazgo con las pruebas de laboratorio, inmediatamente convocó a la comunidad a una reunión en el Complejo Polideportivo. Allí les explicó al cacique, a los guías turísticos locales y a quien quisiera escucharla, el descubrimiento que acababan de hacer, la importancia para entender los principios de la vida en este planeta, la relevancia que esto tenía para la comunidad científica internacional y la necesidad de que el pueblo tomara medidas de cuidado para evitar el deterioro de esta “ventana al pasado” y de su propia vida cotidiana. Uno de los ojos está contaminado al parecer por los desechos del pueblo, pero se puede evitar la contaminación de los demás.
[María Eugenia Farías en la reunión con el pueblo, hace dos semanas]
Explica que uno de sus principios consiste en que todo se haga con la comunidad del Tolar. “Esta gente ha quedado muy sensibilizada luego de lo que ocurrió con las momias del Llullaillaco. Para mí es fundamental que ellos participen de todo.”
Se emocionó cuando le contamos que Lorenzo nos había hablado del asunto. Y con la voz entrecortada, recordó la sorpresa de horas previas, cuando llegó al pueblo y vio instaladas las vallas que evitan que los vehículos se acerquen a los ojos a través del salar, una sugerencia que había lanzado en aquella reunión. También descubrió un nuevo cartel que reza “ojos de mar”. Lorenzo había mencionado que estaban en vías de poner una red cloacal, así que posiblemente la cosa se esté encaminando, y bien.
La bióloga no tenía planeado estar este fin de semana en Tolar, pero con el descubrimiento y su publicación en una revista especializada y en varias ediciones del diario provincial, en la ciudad de Salta le habían armado una ronda de prensa. Ella piensa que lo más importante es que el pueblo genere sus propias condiciones para el manejo del turismo. Y por eso lo primero que hizo fue organizar esa reunión con la comunidad. Otras cosas necesarias: armar algún punto de interpretación y exponer el hallazgo con fotos de alta calidad como para que la gente lo pueda ver y no se les ocurra ir a robarse un pedazo. También se contactó con la gente de Medio Ambiente de la provincia, quienes tomaron el tema con mucha seriedad.
En el pueblo, si bien admiten que el descubrimiento de los Niños del Llullaillaco los ubicó en el mapa turístico, todos protestan por lo que ocurrió en el 99. La expedición financiada por National Geographic se manejó a espaldas de Tolar Grande; no pararon allí a la ida ni a la vuelta. Gracias al llamado de uno de los guías de montaña locales, la Gendarmería los detuvo en San Antonio de los Cobres y se incautó de las momias y las ofrendas que acompañaban a los niños en su “viaje”, que inmediatamente fueron declaradas patrimonio provincial y se prohibió su salida del territorio salteño.
Unos mencionan que se trata de una profanación de los santuarios de su cultura; otros rescatan que, gracias a eso, Tolar Grande es conocido por más personas; algunos querrían que las momias estén en Tolar en lugar de Salta... y así. Las opiniones de los pobladores, entre ellos Lorenzo, puede verse en este video producido por el MAAM (Museo de Arqueología de Alta Montaña), actual residencia de los Niños.
De resultas, en el Tolar están todos muy atentos al desarrollo turístico y sus posibilidades, un proyecto que empezó a cobrar vida con las momias (ja!), se entusiasmó con el posible emplazamiento del observatorio (por lo que leí, sería en 2017) y ahora está a pleno con los estromatolitos.
Ayer a la mañana, desayunamos temprano y salimos a recorrer el pueblo para tomar algunas fotos. Nuestra estadía en el Tolar se acababa.
De vuelta en el refugio, el desayuno estaba poblado de personas; también estaba tomando mate ahí el cacique Cruz.
Farías es la última en levantarse. Entra en la cocina y se estira, luego se refriega un poco los ojos. Dice que hace un mes que no duerme tanto y tan bien. Al rato nota que está Cruz y se saludan con afecto; ella es efusiva, él es más contenido, como Lorenzo, como es la gente del Tolar, de pocas palabras que pronuncian sin levantar demasiado la voz. Ella le pide al guía el diario que le había firmado la noche anterior y se lo muestra a Cruz.
[Farías y Cruz desayunando noticias]
–Don Cruz, buen día. Le voy a mostrar una cosa, fijesé. Acá en la tapa pusieron la Laguna de Socompa, pero acá [y es la página central del diario]... ¿conoce esto?
–...
María Eugenia le dice que ya sabía que la gente del pueblo y los guías estaban hablando con los turistas sobre los estromatolitos. Le dice que ha tenido muy poco tiempo disponible, pero que va a escribir un “speech” e inmediatamente se disculpa con Cruz para explicarle que va a escribir algo con información clara y detallada para que todos entiendan bien de qué se trata y lo puedan transmitir. También le dice que desde algún organismo del Estado que no recuerdo les van a hacer llegar 150 ejemplares del diario, para que todos puedan tenerlo.
De repente, Cruz responde:
–Si nos manda ese texto por mail, nosotros lo podemos imprimir para todos.
Lamentablemente, nosotras nos teníamos que ir; así que tratando de no interrumpir demasiado ese momento, empezamos a saludar a todos los que llenaban la sala del desayuno y el living; les deseamos buenos viajes a los que viajaban y buenas fiestas a los que festejaban. Yo felicité a Cruz por el pueblo y por su gente, y a María Eugenia por su descubrimiento, por el respeto que mostraba hacia los pobladores y el pueblo, por el cuidado con que estaba manejando el asunto y por su cara llena de una enorme felicidad inocultable. Evelina le habló a Cruz acerca de que era bueno tomarse las cosas con calma y con la participación de todos y también lo felicitó. A María Eugenia, le dijo que conocerla había sido la frutilla sobre la crema que había resultado ese viaje hermoso de un par de días. María Eugenia lloró de la emoción. Y nosotras también. Subimos a la camioneta de Lorenzo y en silencio se nos fueron cayendo unas lágrimas, a la vista de esas montañas hermosas, coloridas y mutantes. Ya mi cabeza estaba rumiando este cuento, que no se sabe cuándo empieza ni cuándo termina. Tal vez haya empezado hace 3500 millones de años.
Mi añoranza más fuerte es que Tolar Grande no explote, me parece que ese riesgo existe. Tal vez sea un camino arduo como los que conectan los pueblos de la puna.
Así que vayan y conozcan, porque el lugar es único, y su gente y sus estromatolitos también, pero vayan con cuidado.
2 comentarios:
Hola! Excelente entrada! No tuve la suerte de conocer Salta, pero si estuve en Jujuy y también es hermoso! Allí pude hospedarme en uno de los mejores hoteles 4 estrellas en argentina y fueron unas vacaciones perfectas. Saludos!
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