10 octubre 2006

Haciendo de la carencia virtud

Acabo de pasar unos días obsesionado por seguir hablando de la propaganda, por encontrar el modo de exponer que la función de pregonar mercancías es sólo una parte del asunto que está enmarcada en otra más general y característica: la de imponer una justificación del status quo.

Con tal fin, transcribí toda la propaganda de Personal (“que la comunicación no nos incomunique”) pensando en las cínicas paradojas que sostienen las propagandas “con mensaje”, esas que, como portavoces de un sistema amoral, cacarean valores morales. Pero después de cada intento debía reconocer que o bien me faltaba el talento para dicho análisis o bien estaba confundiendo el camino.

Y si bien esas dudas pueden serme eternas, hoy pude suspenderlas por un rato. Concluí en que dicha propaganda encuentra la fuente de su ignominia no tanto en su contenido como en la relación que establece con su contexto. Porque: ¿justo ahora, justo ahora que el sistema de mensaje de textos se muestra como una estafa (se dan demoras de horas entre el envío y la recepción), justo ahora que por ello queda en evidencia la falta de inversión de las telefónicas, justo ahora se ponen moralistas y dicen que no hay que usar tanto el celular?

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