Estáis muertos.
Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.
Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, pendula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.
Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.
Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.
Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos muerieron siempre de vida.
Estáis muertos.
César Vallejo, Trilce, 1922.
Gracias, Martín.
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