Antes que nada, dos salvedades.
a) Hace ya mucho tiempo me enteraron de que propaganda y publicidad no significaban lo mismo. Tomé nota y apliqué la diferencia: propaganda para las manipuladoras campañas políticas y publicidad para los informativos avisos mercantilistas. Era lo correcto y yo era un chico correcto, o al menos eso pretendía, lingüísticamente hablando. Ahora, miro hacia atrás y siento que estuve un poco boludo. Ahora finalmente –“mientrasmente” podría decir Malala– trabajo como corrector y hoy tuve la posibilidad de reemplazar “propaganda” por “publicidad” en un texto que versaba sobre un spot de comida para gatos. No lo hice, no me pareció pertinente, ya que siguiendo esa lógica, habría que hacer la distinción teórica, por ejemplo, entre propagandas de bienes y propagandas de servicios, y sería una soberana pelotudez.
b) Un recordatorio de La sociedad del espectáculo, de Guy Debord. Citando de memoria: el espectáculo somete al hombre porque la economía lo ha sometido previa y totalmente.
Hechas las salvedades, digo:
Incluso en la propaganda más abyecta existe un resto de verdad. “Atrevete a más” es una muestra patente: hasta ellos, meros vendedores de gaseosas, saben que existe un resto de posibilidades vitales por fuera de la cristalización social y lo sugieren como prueba de verdad en su panegírico del brebaje. Lo mismo puede observarse en cualquier medio conservador, como casi todos con más de 10 mil ejemplares de circulación, cuyos contenidos no son más que propaganda encubierta (ver si no las secciones: autos, moda, tiempo libre, tecnología...). Hay en ellos rarezas como el artista “comprometido”, en que se resalta un valor ninguneado, cuando no obliterado, y se lo restituye con un ejemplo de vida. Es decir, lo mismo: incluso ellos, meros propagadores de la razón de empresa, reconocen la existencia del compromiso como valor vital.
Ampliaremos.
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