Cada vez que me enojo perdiendo al Solitario, pienso:
"Se venden juegos electrónicos y, junto con ellos, se propaga un aumento exponencial de las posibilidades de perder. Porque los juegos entre personas suponen un conjunto de restricciones a las cuales todos se avienen, en principio, en igualdad de condiciones. En cambio, el juego electrónico es el desarrollo mismo de las restricciones, al cual cada uno debe avenirse, en principio, en la más completa de las desigualdades. De tal modo, en una tecnosociedad capitalista, los juegos electrónicos comportan una doble función: acercan a las personas a la tecnología y a la derrota. Nos familiarizan con esta sociedad: nos maquinizan y nos enseñan a perder."
Después cierro el juego. Después vuelvo a abrirlo. Y así hasta que el horror al vacío contamina incluso esa absurda repetición.
Después me olvido del vicio, y sonrío (o lloro sobre el tiempo derramado).
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