18 abril 2006

Penúltimas noticias de ayer

Mientras una parte de nuestros mundillos cotidianos pulula incesante por las diferentes salas en que se desarrolla el Bacifi 2006, a mí me toca hacer la reseña de una película Bafici 2005 (Caseros, en la cárcel, un documental de Julio Raffo). Y con gusto.

Me planteo dudas y certezas sobre Caseros, las que conformarán el marco valorativo con que veré la película. ¿Cómo es una cárcel modelo en un régimen dictatorial modelo en el aspecto de prescindir de las cárceles? De otro modo: ¿cómo es una cárcel en un régimen que contempla instancias de sanción peores que esa? ¿Quiénes eran los que a allí fueron encerrados a partir del 23 de abril de 1979, fecha de inauguración? ¿Hubo interrogatorios o el régimen la preservó como cárcel modelo? ¿Qué modelo? Lo que sé: arquitectónicamente, el de Alcatraz, cerrada a mediados del 60 por ser considerada inhumana. Políticamente, for export, para apaciguar a las buenas conciencias de los veedores internacionales de derechos humanos. Cuál es la función de los veedores internacionales y cómo, luego de décadas, un Estado se percata de que sus cárceles son inhumanas son dudas que seguramente el documental no responderá, porque, claro, tampoco es su función.

Tampoco repondrá mi primer recuerdo de esa cárcel que vi “por primera vez” en el invierno de 1990, de la que ya conocía una de sus características: las ventanas eran demasiado altas y su borde inferior quedaba siempre por encima de la línea de visión del prisionero. Por esa época andábamos tristes: la crisis desatada desde finales del gobierno de Alfonsín le había dejado a mi padre la muerte de un hermano y la licuación de un capital amasado en un cajón de pizzería, entre otros emprendimientos. En aquel momento comenzaba a regentear un local cuyo fondo de comercio había alquilado. Era el bar de la esquina de Pichincha y Brasil. Allí, desde una de las mesas de la ochava, mientras escuchaba una conversación sobre el ingeniero Santos sostenida por una menguante clientela, bajo un techo oscuro y un cielo encapotado, vi por primera vez mi primer recuerdo de esa masa sombría de concreto. La miré un rato y, después, de algún modo que ya he olvidado, salté del sentimiento de pérdida y angustia económica que yo experimentaba al de opresión y clausura que habrán experimentado los presos en esa odiosa estructura. No era entender, pero tal vez ya sospechara que la economía es la continuación de la guerra por otros medios, más precisamente, sistemas de encierro.

Durante mucho tiempo, cada vez que pasé por Caseros con alguien, siempre me encargué de hacerle notar la altura y la estrechez de aquellas ventanas, como un dato ineludible, a esta altura, ya no sé si de la cárcel o de mí.

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