26 abril 2007

La distancia va perdiendo su espesor

Domingo 9 de abril, 13.43hs, Lago Puelo

El viernes fuimos en auto a un día de camping en el río Manso. Allí conocimos a Enrique y Blanca, progenitores de Axel, amigo de Carolina, hija de Beta y Raúl, nuestro matrimonio huésped (“huésped” en el sentido de propietarios que nos hospedan, claro). Enrique es investigador de Conicet y Blanca es médica, y decidieron hace seis meses radicarse en El Bolsón. No son viejos pero cargan con sus 60, por lo que no resultaría raro que lo estén pensando como su último lugar de residencia.
Casi lo primero que vi de ellos fue a Blanca haciendo callar a Enrique cuando éste hablaba sobre asuntos impositivos: “Cortala. Es aburrido. Lo del asado está bien, pero esto es aburrido”, le dijo como a los gritos, aunque hablara apenas con el hilo de voz que su disfonía le dejaba emitir. En el almuerzo –al que había contribuido con sendas ensaladas de endibia y radicheta–, Blanca dijo también que está proscripta y que es por eso que no puede trabajar. (Desconocemos la causa de su proscripción.) Enrique, por su parte, es de ascendencia alemana: su padre llegó al país en 1948; y me comentó, mientras se hacía cargo de ese asado casi familiar, que le gustaba la vida al aire libre y la pesca. “Después me voy a echar un tirito por ahí”, me dijo mientras daba vuelta el cordero.
Axel, su hijo, es rubio y risueño, creía que “El arriero” era una canción de Mollo, tiene ciertos modismos a lo Macri y a veces dice “me taré” y hace trampa jugando al chancho, juego en que descuella.
En fin, es sólo un recorte.

Otro: La remisera que nos trajo ayer desde El Bolsón hasta el Lago Puelo llegó a la Comarca Andina hace unos años. Ella es rosarina, y decidió emigrar luego de que su madre fuera golpeada –en presencia de su nieta– hasta quedar en coma una semana. En ese momento dijo basta y se fue: “Acá viene mucha gente escapando de la inseguridad”. Siete días demoró el viaje de mudanza Rosario-Epuyén en una vieja camioneta: “A la salida de Bariloche, en la subida de Onelli, una persona a pie iba más rápido que yo. Yo rezaba y aceleraba, y mientras me figuraba con mis cosas en el lago”. En la comarca ella se siente mejor. Dice que ganó en calidad de vida, y si bien acá no hay tantas cosas como en Rosario, allá tampoco tenía la plata para comprarlas. “Ahora me siento más protegida, aunque tengo que reconocer que al principio me aislé un poco (apenas llegué un tipo me prestó cien pesos y yo no lo podía creer). Lo que pasa es que la gente viene acá con muchos miedos, muchos mambos personales, y entonces los continúa.” Su hija ahora es adolescente y ella no tiene temores de que salga de noche. “Como mucho, yo le digo: «Que te abran la botella adelante tuyo, para que sepas que no tiene nada raro adentro». Yo pienso que, en todo caso, si se droga, se droga con algo de acá: un porro, una línea». Pero allá en Rosario ya estaban vendiendo tubo fluorescente molido...”.


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