Agarro La mujer ducha. Ya lo leí pero no importa: un cuento hasta llegar al trabajo. “San Jodete, apóstol de la Desgracia” empieza ahí nomás del kiosco de diarios: “… y fría de 1969 en que el Panadero Díaz pegó dos cabezazos en el enigmático arco de All Boys e innumerables patadas entre el tobillo y la cadera del wing derecho de los…”. Sonrisa, con ganas pero sólo sonrisa. La segunda página me alcanza ya sentada del lado del andén en que me voy a bajar: “Y bueh… Hay que joderse, compañero”. Sonrisa. Las estaciones se van apelotonando y las frases también: “la frecuentación de tribunas perdedoras y barras más melancólicas que bravas”, “incluso llegó a componer algunas piezas a las que el olvido ha hecho justicia”, “Pero no debo llorar/ por este sino fulero:/ mi destino de balero/ siempre detrás de un aujero/ sin poderlo concretar”. Sonrisas, alguna con ruidito y finalmente una breve carcajada.
Viajando en San Jodete, más o menos por la estación Pueyrredón, distraída del resto y de excelente humor, me veo interrumpida por el hombre sentado a mi izquierda que, incontenible, agarra mi libro para mirar la tapa mientras dice: “Disculpá, pero quiero saber qué vas leyendo que andás tan entretenida”. Sorprendida por el sismo de letritas, aunque simultáneamente tranquilizada por las palabras del señor, le digo que se llama La mujer ducha. El tipo se pone los anteojos, hojea la tapa y me pregunta si es un libro para mujeres. Yo misma me pregunto qué es un libro para mujeres, pero mientras le digo que no, que es para personas, que es un libro de cuentos y que el que estoy leyendo en este instante se llama “San Jodete, apóstol de la Desgracia” y trata de un cobrador del Racing Club de Avellaneda y que es bastante futbolero. Mira nuevamente la tapa y me pregunta por Juan Sasturain, por su nacionalidad, le digo que sí, que es argentino.
Nuevamente con todas las letritas sobre mi falda, trato de volver al Quitapenas, donde se llevan a cabo las primeras prédicas del mítico nacimiento de San Jodete… pero ahora sí estoy distraída y la fatalidad recae sobre el libro que dejo abierto pero sin dedicarle ninguna atención.
Hay que joderse.
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