Ante el asesinato de Capristo por un chico de 14 años, Jorge Lanata lanza peroratas en el Canal 26.
"Ese chico está muerto", dice. Pero no, no lo está. Podría estarlo, si el fallecido Capristo le hubiera acertado en el cráneo o corazón alguna de las tres balas que disparó. Pero le falló el pulso. Y sin embargo, de todos modos, el gordo prefiere cristalizar, y duplicar, la muerte.
Lanata: "Es un milagro que el cartonero no mate a la vieja en la puerta de su casa". Y no, no lo es. Es simplemente la aversión a la sangre derramada y los escrúpulos por el castigo socialmente prometido. Y los yeites del cartonero, que, cuando la vieja asoma por su puerta, y mientras él aplasta una botella de coca, tal vez esté calculando si podrá cargar esa cocina al lado de aquel árbol o si conservará los preciados metales de su cañería interna. Pero el pogredista insiste con la visión encantada de la realidad. Lo que es un milagro es que todavía pueda venderse como progresista.
Sin embargo, para no caer en la desidia lanatiana de la explicación milagrera, habrá que decir que el gordo y toda su frescura progresista son productos subsidiarios del clarinismo, desde lo ideológico y desde lo material. Por un lado, Lanata es de izquierda sólo si el Grupo es la voz de la gente, el centro hegemónico de la opinión publicada. Por el otro: ¿cuánto ayudín clarinista apuntaló el éxito de Página en los tiempos en que M*n*m ya le había otorgado Canal 13 al Grupo?
Los lazos empresariales y personales de Lanata sin duda son múltiples, y es de suponer que no todos intervienen en la rosca del monopolio. Pero así como Susana es sólo una mujer, Jorge es sólo un hombre. De modo que no puede deshacerse de los lazos que lo constituyen y alimentan. Él a su vez debe retribuirlos con su grano de sentido común al uso nostro. Como el de ese diario a cuya dirección renunció por diferencias irreconciliables pero que le sigue pagando sus textos, mientras presenta capcioso el proyecto de Ley de Servicios Audiovisuales como una mera lucha contra Clarín y no una contra el monopolio y el mercantilismo informativo.
Será que le va bien a Jorjón la función de mascarón de proa, tal vez de allí su tamaño.
Por su parte, Caparrós reacciona contra las banderas K en el Boca-River. Dice que el kirchnerismo transó con la mafia al pagarles a las barras por una boludez. Terminé de leer la columna y exclamé: "Ah, pero sos muy pelotudo...".
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