07 febrero 2009
¡¡DE ACÁ!!
Muchos hemos conocido, a través de Viñas (cuándo no), la frase de más perenne constatación entre todas las que produjo Arturo Jauretche: "Los intelectuales argentinos se suben al caballo por izquierda y se bajan por derecha". Impecable. La frase, desde ya. No dichos apeos. Que ocultan autóctonos lamparones bajo imperiales ropas de corte importado, o cuanto menos tilingo. Cucurto es el último vástago de ese linaje. Ya sé, no me digás, tenés razón: ¡¿Cucurto un intelectual?! En fin... Argentina es una herida absurda. Pero acá vivimos, como plaquetas en constante coagulación. De ahí, tal vez, el coágulo cerebral de Washington, impostando un pedido de tiranía para sincerar su deseo (seguramente mandatado) de acabar con el kirchnerismo. Cosas de Oreos (negros por fuera, blancos por dentro). Por lo que a mí respecta, Cucurto no sólo se bajó por derecha, sino que además se le piantó el caballo. Y cierto ejemplar de su última novela, que desde hace rato venía resistiéndome a leer pero también a devolver, será recuperado por su dueño (quien, al fin y al cabo -ya que es periodista-, pudo evadir la necesidad de comprarlo). Lástima: nos habíamos reído tanto. Cosa de negros, El rey de la bailanta... pero ya no. Hoy prefiero Benjamin, como ayer y siempre, los protocolos de Haschisch por ejemplo: "Bienestar ilimitado. Fracaso de los complejos de angustia neurótico-obsesivos. Se abre el «carácter» amable. Todos los presentes se irisan hacia lo cómico. A la par que las auras se interpenetran".
Cucu, de onda: hacete cojer por el caballo blanco de San Martín.
Transcribo el mentado pasaje de Benjamin desde un ejemplar trucho. ¡La gloria! Nada de ediciones europeas a precio euro. No: escaneo, fotocomposición, imprenta y a los puestitos de feria. Palo y a la bolsa. Piratear música es cosa de cualquier chico (o no) conectado con la ciencia. Ahora, truchar libros es un saber, un don, un bien social que debe ser protegido con aquella indulgencia que surge del agradecimiento. Gloria y loor, entonces, para quienes con denuedo nos brindan el acceso a esos libros inaccesibles por los prohibitivos y vulgares canales de la industria transnacional. Y mis particulares albricias para Evelyn y Esteban, quienes no sólo me regalaron el 30 de enero pasado Diario de Golondrina de Amélie Nothomb, sino que también me acercaron esta verdad sobre el asunto. (Malala me regaló Haschisch, pero a ella ya no le agradezco públicamente cada uno de sus presentes: sería cosa no nunca acabar, y no sea cosa...)
Al margen: Humphrey y Analía me regalaron Pájaros en la cabeza, de Fogwill. "«Pájaros», «Golondrina»...", le comento a Malala. Al otro día, ella me dice: "El 35, en la quiniela, es el Pajarito". "Mirá vos." Los patitos se ponen en fila. Será que las cosas encuentran su lugar. Y su momento.
Recuerdo haber tenido hace un tiempo cierta discusión respecto de la credibilidad de cierta bloguera. Sólo digo "alguien" porque esa persona ya no desconfía de dicha bloguera, Eva Row a la postre. Pero en un principio me dio un poco de bronca aquella desconfianza, básicamente porque, como la inexistencia de dios, es incontrastable la veracidad de lo dicho en un blog; de modo que lo único que queda es la consistencia del relato y la verosimilitud que de ella emana, sostenida (o no) por cada nuevo mojón de la escritura. Por mi parte, cuando leía la portentosa historia de cómo el Pro contrató fiscales y presidenciables de mesa (para el ballottage entre Macri y el amo del perro Chala) con mandato de tramoyar boletas y votos, la veracidad del relato ya no estaba en tela de juicio. Entonces, mis albricias también a Eva, quien no sólo impidió un fraude electoral, sino que además le sobra paño para contarlo.
Click en la imagen.
¡De acá, entonces! O "desde acá", según se prefiera. Porque es desde acá desde donde decimos lo que decimos. Convencidos por Barthes de que el primer imperativo del crítico -no soy un intelectual, pero tampoco me bajo del caballo- es explicitar el lugar desde donde se habla.
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