Mientras relojeo con asombro una propaganda macrista subtitulada y googleo a lo loco para evaluar la propagación viral de cierto error, encuentro que El País de España usa una súper tecnología para depurar textos, provista por Daedalus. La innovación informática, sin embargo, aún no resuelve el laberinto de la corrección. En parte porque movimiento y dominio (mando-C) son procesos no del todo explicados por Chomsky y su programa minimalista. Así, por ejemplo, puede darse un título como este:
Y aun si el procesador garantizara el control total (la gramaticalidad y la aceptabilidad de cada frase), todavía subsistirían los problemas pragmáticos, de adecuación al contexto.
De modo que, aunque sea mucho más barata y sumisa, la informatización de la corrección textual no emparda la eficacia de un buen corrector. Y sin embargo se mueve, y la desaparición del oficio se renueva en Wall Street Journal, que despidió a mediados de año a sus cincuenta correctores. Y una vez pasado el genocidio laboral, el dueño entregó la tabla con los nuevos mandamientos (que, para ahorrar, ahora serían sólo cinco), con el mismo desparpajo con que pronosticó un petróleo a 20 dólares el barril como consecuencia de la invasión a Irak. En su descargo puede alegarse que lo suyo no es informar sino poseer y acumular.
Pero volviendo a El País y la tarea del corrector, un error -sospecho- insalvable para un programa informático es la sustitución léxica, que es, a su vez, la forma habitual tanto del lapsus y el fallido como de la ironía y el cinismo, según la intencionalidad del caso. ¿Cuál será la de esta bajada?
Para colmo, el googleo y el seguidismo promovido por la monopolización determinan la replicación viral de los errores, tal como se ve acá, acá y acá. Al menos tres copypasteos aberrantes en menos de un día. Todo parece indicar que la dinámica de transcribir gacetillas está haciendo estragos periodísticos y extendiendo el imperio de la ignorancia y la chantunería.
A propósito: de entre todos los casos de menefreguismo militante que apañé como parte de mi trabajo, el que más recuerdo y comento se dio en un artículo sobre Hanif Kureishi, en cuyo crudo afirmaba el escriba que el padre del escritor había sido un jugador del Manchester United, cuando más precisamente había sido toda su vida un burócrata del servicio diplomático. Casi lo mismo. Y eso que el escriba solía berrear porque le modificábamos sus textos. Después se fue a Crítica.
¿Será nomás, como sostiene Schmidt, el fin del periodismo, y entonces la muerte del corrector es apenas una de sus manifestaciones? En cualquier caso, muerto el corrector que viva el Día del Corrector de Textos: el 27 de octubre, por el nacimiento de Erasmo de Rotterdam, quien, entre otras cosas, fue corrector y escribió El elogio de la locura.
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