Cerca de mi casa, pleno Palermo castrense, pasamos Malala y yo frente a un chico de entre 19 y 22 años, morocho, flaco, cinturón, camisa blanca dentro del pantalón caqui, quien, celular en mano, dice: "Pero nosotros no queremos matarlo, pelotudo, queremos asustarlo". Nos miramos Malala y yo, y redujimos un poco la velocidad de marcha. "Bueno, bueno, todo bien, pero fijate por dónde anda."
Un rato después, pasé de nuevo por el kiosco frente al que estaba hablando el muchacho y lo vi recibir a un grupo de cuatro chicos de sus edad, algunos vestidos con ropas camufladas, prestos a tomarse una cerveza después de todo un sábado (para colmo, preelectoral) de trabajo a destajo.
PD: En estos días estaré atento a las noticias de policiales, que suelen aparecer como hechos aislados, condición que dura en nuestras mentes sólo hasta que raspamos un poco su pintura.
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