Hay que hacer todo lo posible por conseguirse una familia uruguaya a la que ir a visitar cuando Buenos Aires nos tiene hasta el tope. Después hay que tomarse un Buquebus para apersonarse allí y, en cuanto sea posible, correr a aprovisionarse de la mayor cantidad y variedad de lácteos uruguayos (que son lo más). Más tarde hay que dejarse estar por las calles de Montevideo y por sus 17 kilómetros de rambla. Si es posible, emprender un paseo hacia el Este (mar y playas desiertas) asienta el espíritu.
Una semanita está bien (aunque no sé cuántas son las ganas de volver, a dos horas de emprender el retorno).
Para los que no puedan, les cuento que llevo conmigo algo de todas estas bonanzas (¡Poderes de los Gemelos Fantásticos, actívense!) en forma de un kilo de dulce de crema de leche y un kilo de yerba Canarias. ¿Ta?
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