24 septiembre 2005

Hechos que inquietan

No es que me indigne, porque hoy, sábado, a eso de las seis de la tarde, mientras escucho Pulp y escribo –en una suerte de vigilia a la siesta de un amigo que se está separando–, no me indigna nada. Las penas son de nosotros, y tienen tanto que ver con uno que la indignación se queda sin espacio de acción. (Reconozcámoslo: nunca, o casi, enviamos la indignación hacia nosotros mismos.) Así que no: no me indigna. Pero me inquieta: quedo sin centro, sin punto de referencia para evaluar el fenómeno de los mapas satelitales.
Concretamente. Hoy a eso de las dos, dos y cuarto, salgo de mi casa (Budapest y Constantinopla) hacia aquí (Paraguay y Serrano) en bicicleta (nueva y ya recién reparada). Rápido, por el sol, un faso, el reencuentro con la autonomía bicicleteril o por algún otro reencuentro, no sé, pero por algo me sentía colocado: paseé por un camino de la Agronomía, hice un andante por al lado de Argentinos Juniors y un prestísimo por al lado del cementerio, dudé ante Newbery y me decidí por Álvarez Thomas. Y después llegué, con dos nuevos saberes pasados por el cuerpo: la velocidad de movimiento tanto modifica nuestra autorrepresentación como facilita la construcción de un mapa mental.
En esta oscilación entre adentro y afuera, entro en esta pieza y luego a Internet. Una vez allí (?), en los mapas satelitales que ofrecen Google Earth y la página del Gobierno de la Ciudad, busco las manzanas de mi casa y constato que:
a) el mapa de Google tiene un mejor navegador (¿más plata?).
b)en el mapa del Gobierno, los árboles aparecen más verdes (¿Photoshop? ¿Color local?).
c) ambos eliminan no sólo a las móviles personas sino también los sedentarios juegos de la plaza (¿no son fotos acaso?).
d)el del Gobierno me coloca en la segunda parcela de la esquina más cercana a la plaza y no, como sucede en la realidad, en la segunda de la esquina más lejana (¿cuáles son los límites del detalle?).

Me centro en los dos últimos puntos y no me indigno, pero me inquieto: ¿qué significan esos errores? ¿Es el cinismo de la cínica democracia capitalista, que pontifica la igualdad desde la distinción? ¿Son los errores humanos de la humana ostentación de poder, que se agita como mono con pandereta? Si me apuran: hay que matarlos a todos. Si me dejan estar: yo digo que seguimos siendo los perros del Lanari.

Pero no, ni me apuran ni me dejan estar. Entonces me inquieto.

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