28 junio 2011

Yo y mi descenso

Hay un Ariel al que le molestan soberanamente todos los relatos –anticipatorios, in situ y retrospectivos– que versen sobre el Viaje a Europa. Por muchas razones le molestan. Una, claro, es porque es un resentido.
Más vale que soy un resentido. Hoy cualquier pelotudo mayor viaja al espacio. ¿Sabés desde cuándo yo quiero ir? Desde que tenía 3 años, gil. Y hoy viajan gerontes que a esa edad ni siquiera pensaban en volar o en meter un gol. Dejame de joder... –suele escuchárselo decir.

Al Ariel intolerante le gusta el fútbol también, y si bien sus pasiones son más incendiarias que las del otro, ambos son de Boca. Sin embargo, mientras a éste lo único que le importa es que este país, esta ciudad, no se vayan al carajo y mejoren, al otro sólo le importa tener razón. De modo que, aun bostero, al ecuánime le parecen pelotudos los bosteros que festejan, más pelotudos los que se apenan, y más o menos lo mismo de pelotudos le parecen los bosteros ecuánimes, como él mismo.
En mi bosteridad, del descenso gallina sólo me importa su potencia, no su tristeza –ironiza el ecuánime.

Hay otro Ariel, que piensa que todas las cosas deben suceder; y se pregunta: “¿Quién paga las jodas en carteles? Espero que no sea el CABJ...”.

Y hay otro, que es hijo de aquél (y de Román y de Bianchi y de Martín), y que después del Madrid, después de Milán, piensa: “¿Y ahora qué?”.

Después de la saciedad, el desasosiego.

No hay comentarios.: