El viernes pasado fui a
Mi asombro se completó antes de entrar en el ámbito. Parado frente a la mesa de entrada, medio perdido por desconocer el protocolo, le digo a la recepcionista: “Hola...”. En eso noto que a mi izquierda había un cabello menos enrulado que revuelto que me causaba cierta gracia inconsciente. Lo miro apenas, casi de soslayo. “Hola...”, le repito mi demora a la recepcionista. Y ahí caí: volví a mirar de frente al sujeto y vi lo que suponía encontrar. Era Capusotto. Me reí –no pude evitarlo– y, casi para justificar mi impertinencia, le dije: “¿Qué hacés? ¿Cómo andás?”. “Bien, todo bien, loco. ¿Y vos?” “Vengo al cumpleaños de Luz”, fue tanto mi respuesta para él tanto como la continuación del intercambio con la recepcionista.
Un rato después cayó Santaolalla.
Hoy domingo fuimos al trabajo con Malala. La inminente salida de una nueva revista femenina en medio de un cierre general para el resto de las revistas que se preanuncia agitado fue el motivo de la excepción a la regla. Raro todo. El espacio de trabajo, casi desierto, con algunos sujetos –como yo– en short y camiseta, me resultó tan familiar como siniestro. Y aun así, su parque a pleno sol, invitaba para la ensoñación de creer que ese jardín, ese roble, esos álamos, en alguna medida me pertenecen. Y no es mentira.
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