En las vacaciones pasadas, Malala y yo nos vimos sometidos a cierta pobreza musical. Los compacts existentes en el hogar eran pocos; algunos, impracticables. De modo que hicimos de la carencia virtud y aceptamos escuchar a repetición, entre otros, En directo de Serrat. Una vez asumidos los límites, la búsqueda del goce generó un sustento simple y eficaz: era un disco que acompañó nuestra niñez y adolescencia, y por lo tanto lo vivimos como tiempo recobrado y hasta como emoción rediviva. En mi caso, “Cantares” no ha dejado de emocionarme desde el momento en que musicalizó la últimas imágenes de La noticia rebelde, cuyo levantamiento y posterior reemplazo por Raúl Portal viví como el primer perjuicio del menemismo en mi vida cotidiana.
Por ese tiempo, solía sostener dilatadas conversaciones con Paula Monteagudo, a quien le señalé una vez que “Para la libertad” era otra gran canción de Serrat. Y recuerdo que ella relativizó mi juicio más o menos del siguiente modo: “Pero, Ari, pasa lo mismo que con «Cantares», no es Serrat, es Hernández”. Y si bien a la vuelta de las vacaciones comprobé la verdad que había en esas palabras (la versión de estudio es una muerte comparada con la de En directo, mucho más sentida y andante), en Canelones me ganó un fervor que no sentía hacía tiempo, y la ponía en repeat para disfrutarla en el presente y recordarla en el futuro. Cuando finalmente logré lo segundo, le prometí a Malala regalarle un libro de Miguel Hernández (promesa que aún no honré).
Hoy, recién, le contaba a Matías esta gozosa sorpresa. “Hay algunos versos que son maravillosos: «Porque cuando dos cuencas vacías amanezcan...” “Ella pondrá dos piedras de futura mirada”, completó él, tampoco indiferente a esos versos. “Sí, es muy optimista”, completó. Y yo objeté: “No es optimismo, es aguante”, y debería haber agregado “y ganas de celebrar la latencia y la potencia”. Ahora juzgo irrelevante mi objeción: el optimismo no es candidez, ni creencia pasiva, ni perversión interpretativa, ni bolazo falaz ante la realidad desnuda. A eso lo han reducido insignes pelotudos y mercaderes de la resignación. Pero donde hay una batalla perdida, hay otra por librar. Tarea para el hogar: recuperar el optimismo como valor, tener el corazón dispuesto, y si bien hay que joderse -tal como sostiene Sasturain en "San Jodete, apóstol de la desgracia"-, no por ello hay que retraer las antenas como un caracol.
Claro está que resistir no es vencer, aunque eso diga algún graffiti negador, pero es necesario. Una frase optimista que llevo guardada para siempre fue dicha por Kafka a Max Brod en el cénit de su propia impotencia, en vísperas del apogeo nazi: “Claro que hay esperanza, sólo que no para nosotros”.
Ejemplo fuera de foco de árbol talado que retoña.
Nosotros, al menos Malala y yo, siempre tendremos “Para la libertad”, segunda parte de un poema titulado “El herido”:
Para la libertad, sangro, lucho, pervivo,
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad, siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Para la libertad, me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
Lo triste ya lo sé, ahora debo averiguar el resto. Moriré, y no sin sufrimientos, pero ahora estoy en otra. Será que ayer volví a ver Despertando a la vida y todavía estoy bajo el alcance de sus efectos benéficos.
Representación del momento sagrado.
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