Hace un par de noches soñé con el anillo. En un momento me miraba las manos y estaba ahí, en mi dedo anular. Recuerdo haberme dicho: "El caño, tengo el caño".
El caño se perdió el año pasado. Se perdió en una de esas zonas grises que se traman entre el descuido y el robo de perfil bajo. Lamento la rima no tan involuntaria, pero es así: el caño se fue en un baño. Lo olvidé y cuando volví a buscarlo alguien lo había encontrado antes que yo.
Lo lloré, me había llegado como en una casualidad y yo lo quería. Era mío, me gustaba.
Encontrarlo en el sueño no me pareció natural, casi en el mismo instante me di cuenta de que era un sueño, no era posible que ese anillo estuviera en mi dedo, ese anillo estaba perdido para siempre.
Así pasa con algunas cosas, un día desaparecen de tu vida y te dejan un vacío. No es la cosa, es lo que uno ha depositado en la cosa, es con lo que uno ha investido la cosa. Y un día la reencontrás y es un sueño, y si la encontrás de verdad, lo que vivís parece un sueño.
Entonces: hace un par de días el anillo me soñó, me soñó para mostrarme dónde, en qué puto lugar, se estaba estacionando un vacío nuevo que ando estrenando estos días... porque desde esa tarde del baño, el anillo sabía que iba a compartir algo del orden de mis desaparecidos y yo todavía no lo sabía.
Recién me lo dijo hace un par de noches.
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