Hoy me robaron una mochilita en la terminal de ómnibus de Retiro. A los quince segundos el personal de seguridad la había recuperado. Esos brevísimos instantes bastaron para el inventario (cámara de fotos, billetera, tarjeta de débito, libro prestado, plata, cartas de las muy buenas, un aro de pluma verde, documento) y para generar una angustia que, aunque el asunto se resolvió prontísimo, tardó un buen par de horas en disiparse.
Siempre me critico mi apego a los objetos, una suerte de fetichismo de "mis cositas, mis mundillos". Lo que no me critico es mi apego a las personas, y por suerte, porque lo que no tiene precio es tener al lado a alguien que sabe ponerme en calma cuando siento que el piso tiembla.
Eso sí: aunque me negué a hacer una denuncia policial, le tuve que dar la mano a un agente uniformado. No sé cómo impactará eso en mis chakras.
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